lunes, 31 de agosto de 2009

¿Cómo se reforma la reforma?

El sorprendente movimiento estudiantil por la educación plantea numerosas interrogantes. Pocos han logrado permanecer indiferentes a esta creciente y cada vez más consistente ola de planteamientos y demandas por una mejor educación. Más allá de la hasta ahora ejemplar impericia con que ha sido manejado el tema por parte de las autoridades gubernamentales, interesa avanzar en el análisis del movimiento y de sus consecuencias en la política educacional.


Propongo algunos puntos de vista a manera de afirmaciones abiertas:


1. La experiencia escolar importa: la calidad y sentido de la educación es evidentemente el telón de fondo, pero las demandas por el pase escolar, la PSU y la JEC aluden a la cotidianidad de la vida de los liceos. La insatisfacción juvenil remite sobre todo a la liviandad de la experiencia subjetiva que les toca vivir: no resulta sencillo legitimar la experiencia escolar ni hacer el sacrificio de postergar las satisfacciones cuando se vive cotidianamente una experiencia no gratificante.

2. El Ministerio de Educación (MINEDUC) se ha debilitado no sólo como interlocutor en este conflicto, sino además como impulsor del cambio educativo: si algo dejan en claro los eventos recientes, es la dificultad para leer la realidad de parte del MINEDUC. Esta miopía puede tener efectos a largo plazo porque se supone que es el MINEDUC el llamado a propulsar el proyecto de una educación de calidad para todos. Pero este proyecto no se advierte o se ve difuso: ¿cuál será el foco de las políticas educativas de este periodo?, ¿qué se ha aprendido en los últimos años?. El MINEDUC no ha logrado instalar una nueva carta de navegación o una nueva interpretación de la educación nacional ni, por lo mismo, tomar el timón. Pareciera que, junto con re-pensar el proyecto, hay que “reformar al reformador”, según la afirmación de J.J. Brunner.

3. Es la hora del crepúsculo de una forma de diseñar e implementar las políticas: ello se puede abordar desde varias puntas.

- Por un lado, desde la subjetividad: el rechazo a no pocas acciones gubernamentales se puede explicar más por las representaciones y expectativas asociadas a dichas políticas que por sus consecuencias objetivas. Si los individuos definen una política como “carente de sentido para sus fines”, a la larga será “inviable”. Dicho de otra forma, las políticas no pueden dar por supuesto el compromiso de la subjetividad por el sólo hecho de la racionalidad de los argumentos y abundancia de los beneficios; más bien y como afirma Güell, las personas necesitan seguridad, certidumbre y “sentido”; necesitan sentir que, de alguna manera, controlan/influyen los procesos de cambio en que se ven envueltos. Ello no depende de “lo material”, sino del reconocimiento de los esfuerzos de cada uno, los vínculos de cooperación que promueven y el “sentido de colectividad” que instalan.
- Los jóvenes, como otros actores, no pueden ni quieren ser “representados”, sino escuchados e incorporados a la discusión e implementación de políticas. Ellos deben “habitar” la política. Hasta ahora, sin embargo, han sido actores ausentes o al menos subestimados. El movimiento de estas semanas ilustra que, por el contrario, se trata de un actor que no conviene ignorar. La legitimidad y viabilidad de las políticas depende en buena parte de ese imperativo: si las políticas no son sentidas en la experiencia cotidiana, no habrá “hardware” imaginable que las sustente. Se requiere invertir más tiempo en comunicar los sentidos y construir una comprensión compartida de la necesidad del cambio porque las reformas son esencialmente procesos que operan en el dominio de lo simbólico-discursivo (García Huidobro).
- Por otro lado, superado el umbral objetivo o material de las reformas, se requiere avanzar hacia los componentes “blandos” de la misma. En este espacio, es palmaria la necesidad de que las políticas se volteen y miren más a los actores y las escuelas desde la perspectiva de ellas mismas y no sólo desde las demandas nacionales. Si se persiste en los diseños e implementación en cascada, más temprano que tarde resultarán inoperantes si se espera avanzar más allá de la dermis e impactar en la profundidad de la vida escolar.

4. La educación municipal tiene una oportunidad para reivindicar su identidad y mejorar su calidad: tal vez lo más estimulante del movimiento actual sea que está siendo liderado por jóvenes de la educación municipal que luchan por una educación pública de calidad. Y en esta lucha son apoyados no sólo por sus pares de establecimientos municipales, sino por otros de colegios pagados, por docentes y apoderados. En este sentido, es una oportunidad inmejorable para revisar la estructura y regulaciones del sistema escolar chileno y superar la colisión de las actuales reglas de juego con la narrativa de la educación pública, esa que hasta ahora aparecía sólo en discursos nostálgicos. El movimiento estudiantil sorprende porque, pareciera que incluso en esta generación nacida en la década de 1990, sigue vigente la idea matriz de la naturaleza y condición de bien público de la educación en una sociedad democrática, según la cual la educación pública escolar es una experiencia que sirve intereses eminentemente sociales, esto es, que posibilita el desenvolvimiento de las capacidades e intereses personales, en un espacio intencionado de diversidad donde además se ejercita la ciudadanía y se promueve la convivencia e integración entre los distintos grupos sociales y culturales que conforman la sociedad.

(publicado en 2006, en EducarChile)

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