
La educación superior universitaria es, incluso en mercados dinámicos como el chileno, una industria que basa buena parte de su prestigio es la exclusión o las barreras materiales o simbólicas de acceso que ella impone y que luego son la base de su distinción. Brunner señala algunas de sus expresiones. Pero hay otras.
Uno de los pilares del elitismo está en la lista de 18 carreras exclusivamente universitarias que impone la legislación chilena desde hace décadas. Me atrevo a afirmar que no hay trabajos que justifiquen y presenten evidencias sobre la legitimidad y ventajas de contar con este estanco de 18 carreras, como si los estudios asociados a estas carreras tuvieran una naturaleza tal que no pudieran ser impartidas por instituciones no universitarias. O bien, como si la condición administrativa de las universidades les imprimiera un cierta calidad y status inmanente a sus enseñanzas.
Otro de los pilares está también en la legislación y consiste en el privilegio de otorgar grados académicos de Licenciado, Magíster o Doctor. Contrario a la experiencia internacional y también a las recomendaciones contenidas en el Informe de la OECD sobre la Educación Superior en Chile (2009), la universidad chilena cuenta con el derecho exclusivo de otorgar grados y, más, de subordinar la entrega de títulos, a la obtención del grado de licenciado. Otra vez: no hay sino razones basadas en la tradición para defender que una universidad pueda otorgar grados académicos, impidiendo que un instituto especializado en Economía, Ingeniería, Medicina o Educación haga lo mismo.
El tercero de los pilares está en la duración de las carreras (también con base legal y administrativa). Las carreras duran lo que duran por diversas razones (retención, reprobación, condiciones de entrada de los estudiantes, requisitos de egreso, etc., pero también porque hay incentivos a que cubran, por ejemplo, 3800 horas para que los funcionarios públicos accedan a asignaciones o un determinado número de semestres para acceder a la administación pública.
Se puede agregar otros factores de discriminación entre instituciones de educación superior que refuerzan el elitismo universitario y desalientan la movilidad, tales como las restricciones de acceso a fondos públicos basados en el tipo de institución y los instrumentos de selección de los estudiantes. En definitiva, para muchos, la universidad sigue siendo de elite o, más bien, arbitrariamente excluyente.
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