lunes, 4 de abril de 2016

¿Necesita la educación escolar una reforma institucional? (Emiliana Vegas, BID)


Transcribo una columna titulada "¿Necesita la educación escolar una reforma institucional?" publicada hace algunas semanas por Emiliana Vegas (BID) en La Tercera:

EL DEBATE parlamentario en Chile sobre el proyecto de ley que crea el Sistema Nacional de Educación Pública ha generado una discusión sobre si se necesita una nueva institucionalidad que  reemplace a los municipios como sostenedores de la educación por servicios locales de educación pública. Han surgido argumentos que las reformas institucionales propuestas no mejorarían  la calidad porque  las escuelas mejoran principalmente en el ejercicio de su autonomía, independientemente del marco institucional.
La investigación sobre procesos de mejora escolar no apoya esta interpretación. Por el contrario, sugiere que el marco institucional importa, y mucho. Las escuelas (como cualquier institución) mejoran solo en la medida de sus capacidades. Una vez alcanzado el límite de la capacidad interna, cualquier avance adicional requiere un impulso (conocimiento, recursos, personal) externo integrado con los esfuerzos internos de mejora.
El análisis de casos internacionales muestra que la institucionalidad de nivel intermedio -consejos escolares en Ontario, Canadá, distritos escolares en los Estados Unidos,  municipios en Finlandia -puede efectivamente apoyar a las escuelas en sus procesos de mejora, a través de:  planificar estratégicamente con énfasis en cómo afectar el núcleo pedagógico en el aula; implementar mecanismos de apoyo que actúan integradamente sobre el currículum, las estrategias de enseñanza y el desarrollo profesional; proveer soporte a los equipos directivos escolares y sostener una cultura de mejora continua basada en datos para identificar necesidades de mejora a nivel sistémico y escolar.
En sistemas educativos que cuentan con una institucionalidad de nivel intermedio hay, además, mecanismos anidados de soporte. Cada uno de los niveles de la administración escolar (ministerio central, institucionalidad de nivel intermedio, escuela), identifica necesidades de mejora y apoya en la generación de capacidades en los niveles subsecuentes.
Por ejemplo, en Ontario, Canadá, la oficina de Desempeño Estudiantil del Ministerio de Educación provincial capacita y provee apoyo constante a los consejos escolares para que ellos provean soporte a sus escuelas. Las escuelas catalogadas como de rendimiento insuficiente reciben apoyo en forma conjunta entre el Ministerio central y su consejo escolar. Esta estructura aúna esfuerzos de ambas instancias, a la vez que el Ministerio central se responsabiliza por proveer soporte en forma directa a las escuelas y consejos escolares que más lo necesitan.
Esta perspectiva resalta el rol del agente externo en la mejora escolar: no se trata de autonomía  versus heteronomía, sino de los soportes que un agente externo puede proporcionar a una institución embarcada en un proceso de mejora en el marco de su autonomía, ya sea a nivel escolar o a nivel intermedio.
El proyecto de ley que crea el Sistema Nacional de Educación Pública avanza en poner el foco en la necesidad de contar con soportes externos que sostengan procesos de mejora escolar. Como en toda reforma sistémica, el mayor desafío estará en su implementación efectiva.

lunes, 28 de marzo de 2016

Las tareas 2016 en Educación

Fuente: http://stk5f277gbe2lfag44edxpbf.wpengine.netdna-cdn.com
Aprobadas las leyes señeras de gratuidad (no copago),  (no lucro) y no selección (la llamada "Ley de Inclusión Escolar") y la Carrera Docente, resulta evidente que este año debería comenzar el proceso de puesta en marcha al menos de la primera de ella y los pasos preparatorios de la segunda (dado que comienza en 2017, este año debe hacerse el "encasillamiento", o sea, la clasificación de los docentes en ejercicio en las categorías de desempeño que establece la nueva normativa). 

En la prensa ya se dio una discusión sobre dos cuestiones de la Ley de Inclusión: a) el retraso en la publicación de reglamentos que operacionalizan la ley (sobre todo en lo relativo a qué se entendería por fines educacionales en materia de gastos con dineros públicos); y b) el alcance de las normas de no discriminación (no suspensión ni expulsión) y su traducción en medidas prácticas de gestión de la convivencia al alero del proyecto educativo institucional. Pues bien, la normativa deja espacios de interpretación sobre qué puede o no hacer un establecimiento en materia de regulación de la convivencia, sin que luego la Superintendencia de Educación les objete las decisiones tomadas a posteriori. 

Un tercer tema que se ha planteado es el real impacto de esta nueva normativa en términos de calidad. En primer lugar, se dice que la transformación del sistema escolar hacia la plena gratuidad en los establecimientos financiados por el Estado es poco relevante pues son sólo 783 las escuelas que antes no eran gratuitas y ahora sí lo son, de casi diez mil gratuitas en el país (9.985). En segundo lugar, no hay elementos de esta normativa que incidan directamente en la mejora de los resultados escolares en el corto plazo. Dicho de otra forma, no se avizora que los resultados SIMCE y/o en pruebas estandarizadas internacionales se modifiquen ahora que comienza la implementación de la ley.

Esta crítica puede ser mejor comprendida si se distinguen políticas de largo y corto alcance o, más exactamente, si se distingue una agenda larga y otra corta. El MINEDUC ha puesto su foco en la "agenda larga" (al menos eso es lo que es discutido en la prensa), esto es, en las políticas de re-estructuración del sistema escolar, con un claro acento en una redefinición del papel del Estado en la conducción y regulación del sistema (aun cuando no se modifica la naturaleza de provisión mixta del servicio educativo ni la base de financiamiento a la demanda, sin distinción respecto de la oferta). Esto es manifiesto en la Ley de Inclusión y en el proyecto de Nueva Educación Pública (NEP). A su vez, en la nueva Política Nacional Docente también el Estado asumirá roles importantes. 

El problema de la agenda larga es que los efectos de estas políticas en términos de mejora de la calidad de los resultados no se verán en el corto plazo. Lo que probablemente sí se advertirá ahora es la modificación de la experiencia cotidiana de muchas escuelas, dado que la composición del alumnado podría cambiar y con ello las interacciones entre los diversos actores de la comunidad escolar. Asimismo, la mejora de infraestructura y equipamiento en algunas escuelas municipales hará posible que también allí se genere un mejor clima escolar.

El MINEDUC, en consecuencia, parece concentrado en la agenda larga y con una agenda corta mínima o de escasa visibilidad. Por "agenda corta" entiendo aquella cuyo focos y resultados son visibles en el corto o mediano plazo. Es esencialmente aquel repertorio de políticas de mejoramiento de la eficacia y la eficencia del sistema escolar, vale decir, mayor cobertura y más acceso en educación parvularia, mejores tasas de aprobación y egreso oportuno en educación básica y media, menores tasas de repetición y deserción, mayores aprendizajes evidenciados en pruebas nacionales o internacionales. Por lo general, estas políticas requieren segmentar el sistema escolar o -lo que es lo mismo- necesitan focalización, o sea, precisan identificar aquellos grupos donde el problema se hace más acuciante y urgente de resolver y/o donde es más costo-efectivo intervenir. Por ejemplo, los territorios y grupos de familias donde hay menor matriculación en educación parvularia; los niveles escolares donde se presenta la mayor tasa de deserción; los estudiantes que presentan el menor nivel de logro de aprendizajes clave (comprensión lectora, manejo numérico y razonamiento científico, en terminología de la OECD). Sobre estos focos, el MINEDUC no ha impulsado activamente políticas en este periodo... ¿podrá mostrar resultados en lo que resta del actual gobierno? Es improbable, pero al menos debería dejar sentadas las bases de la mejora en estos dos años (2016 y 2017).

Si se asume esta premisa (o sea, la de gestionar no sólo la transformación del sistema escolar, sino la mejora de sus procesos y resultados actuales), las tareas 2016, en apretada síntesis, son:
  1. Asegurar una oportuna y adecuada implementación de las nuevas normativas, proveyendo los apoyos necesarios a las comunidades escolares, monitorear esta implementación y hacer rápidamente los ajustes que dicha evaluación de proceso sugiera.
  2. Definir y lanzar un portafolio de políticas orientadas a generar mejores oportunidades para los grupos de estudiantes que hoy repiten curso y/o abandonan el sistema escolar (modificación de normativa sobre promoción y "escuelas de segunda oportunidad", por ejemplo) o que no alcanzan los niveles mínimos de logros en aprendizajes clave.
  3. Implementar políticas de apoyo e incentivos a las familias, especialmente para aumentar el acceso, permanencia y aprendizajes en educación parvularia.
  4. Implementar un programa enérgico de fortalecimiento del liderazgo directivo y las capacidades docentes en escuelas y liceos, cuyos resultados en pruebas nacionales son deficientes.



domingo, 14 de febrero de 2016

Bajo rendimiento: la historia se repite (OECD)

A inicios de esta semana se conoció el Informe PISA (OECD) que analiza a los estudiantes de bajo rendimiento y los factores asociados a dicho desempeño. Los datos se refieren a jóvenes de 15 años que rindieron las pruebas de Lectura, Matemática y Ciencias en 2012. El informe parte constatando lo obvio: hay una estrecha relación entre la condición socioeconómica y el resultado en pruebas estandarizadas. En Chile un estudiante de un hogar o entorno de bajos recursos tiene seis veces más posibilidades de tener bajo rendimiento que uno de más recurso (en PISA 2012, un 75% de los estudiantes desfavorecidos económicamente tuvo un bajo rendimiento en 2012, mientras que este índice se redujo a un 25% en estudiantes con altos ingresos).

Sin embargo, añade otros datos de interés para el caso chileno:
  1. El 74% de los alumnos de bajo rendimiento no asistió a educación parvularia.
  2. El 81% repitió al menos un curso.
  3. El 49,6% de ellos cursaba educación técnico profesional.
  4. El 11% faltó a clases al menos una vez en las dos semanas previas a la prueba PISA.
  5. Dedicaba en promedio 2,8 horas semanas a tareas escolares en casa.
  6. El 68% de estos alumnos asistía a un establecimiento donde, según los directores, las familias prestaban escasa atención y presión para que lograran los aprendizajes esperados.
  7. El 63,5 asistía a establecimientos donde los profesores tenían bajas expectativas sobre sus capacidades y logros de aprendizaje.
  8. El 61,4% tenía oportunidades de clases extra en horario extraescolar.

Las señales son elocuentes: las oportunidades tempranas (la educación inicial) hacen una diferencia no remontable más tarde y el bajo rendimiento ya se ha hecho notar antes en forma de repetición. Asimismo, las bajas expectativas docentes y la debilidad del apoyo y presión en el hogar concurren al bajo desempeño. A la vez, la mayoría de estos estudiantes han tenido opciones de refuerzo en horario extraescolar y también realizan tareas en el hogar, pero esto no es suficiente para impedir el bajo rendimiento. Trayectorias tardías, fracaso escolar, profesores que no creen en sus capacidades, un hogar que no ayuda (quizá porque no puede) y una enseñanza escolar que no es efectiva se conjungan en estos casos.

Las políticas que ayudan, sin embargo, no son desconocidas:
  • Detección y apoyo lo antes posible.
  • Alimentar la confianza en sus capacidades y las altas expectativas en los propios estudiantes.
  • Apoyo específico a escuelas y familias desfavorecidas.
  • Crear un ambiente escolar de alta exigencia y apoyo a los estudiantes.
  • Limitar la agrupación de los alumnos según habilidades (¡o sea, mezclarlos!)
  • Aumentar las oportunidades de acceso a la educación inicial.




lunes, 1 de febrero de 2016

Carrera Docente. Opinión de Tomás Recart (ONG Enseña Chile)

Tomás Recart escribe hoy una contundente y sentida carta en La Tercera, que titula "Correr para no llegar". La trasncribo:

EL PROYECTO  de ley de carrera docente que acaba de ser aprobado por el Senado no pasa la prueba de fuego, pues nada indica que los cambios propuestos garantizan que en el mediano plazo tengamos al quintil superior de este país (autoridades, parlamentarios y expertos en educación incluidos) evaluando dejar de educar a sus hijos en colegios particulares.

Sin duda, se han hecho muchos esfuerzos para sacar una buena ley de proyecto docente: horas de discusión, encuentros, audiencias, exposiciones de académicos y la inversión de US$ 2.400 millones. Pero nos faltó.

 Al parecer este tema no nos duele lo suficiente. No somos capaces de hacer nuestro el sentido de urgencia de las familias que no logran entender por qué el prometedor promedio 6,5 de su hijo se traduce en 400 puntos en la PSU. Por eso legislamos “en la medida de lo posible”, aplacando por un tiempo el dolor, pero sin mejorar al enfermo.

Pese a toda esta adversidad, rescato de mi experiencia en los establecimientos más necesitados que en todos uno puede ver mucha gente haciendo un trabajo maravilloso, entregado a morir, dejando todo en su día a día, pero bajo una estructura que protege y privilegia los intereses de unos pocos, y posterga a los estudiantes más vulnerables.

¿De qué intereses estoy hablando? Primero, no puede ser que la nueva carrera docente, no vele por altos estándares para todos aquellos que entran a la sala de clases. El proyecto considera que seis años es un período “razonable” para que un profesor sin competencias pedagógicas pueda hacer clases. ¿Dónde perdimos el sentido común? Por supuesto que el profesor mejora con la práctica, pero hay un piso mínimo que garantiza que no aprenda a costa del estudiante.

Segundo, hay un acuerdo transversal acerca de lo clave que es para un establecimiento contar con un buen director. El actual Gobierno tiene un muy buen proyecto en esta materia, pero ¿por qué no hemos puesto la prioridad y los recursos en atraer, seleccionar, formar y empoderar a directores competentes? Al Colegio de Profesores esta idea le hace mucho ruido, ya que la descentralización del sistema evidentemente les resta poder. 

Tercero, el amparo de los que promueven paros que no solo están fuera de la institucionalidad, sino que además muchas veces no representan el sentir de la comunidad. Podemos maquillar mucho nuestra educación, pero si no somos tajantes a la hora de poner los intereses de los estudiantes al centro, la educación pública, que ya está en la UTI, tiene fecha de fallecimiento en los próximos dos o tres años. El 2011, en Valparaíso, un Liceo de dos mil estudiantes, redujo su matrícula a 800 estudiantes, porque las familias de menor ingreso tienen una necesidad básica antes que la educación, que es tener un lugar seguro donde dejar a sus hijos para poder ir a trabajar. Si no garantizamos esos derechos básicos, ¿de qué educación pública estamos halando?

 Esta “carrera” no la podemos dar a medias, hay que correr para que los niños más necesitados puedan ganar. Correr a medias, por mucho esfuerzo que implique, no sirve. ¿Estamos dispuestos a hacerlo? Mi impresión es que en esta pasada demostramos que no.

martes, 26 de enero de 2016

Gonzalo Martner: La reforma de la educación

"La reforma de la educación: fines y medios" es una columna de opinión publicada por Gonzalo Martner en "El Mostrador". En ella parte argumentando que es necesario volver a discutir de los sentidos y fines de la educación, para luego proponer objetivos de la educación escolar y cerrar con orientaciones para la educación superior. La transcribo:

Como señala con pertinencia el filósofo italiano Salvatore Veca en un texto de 2014, "hemos simplemente perdido de vista el espacio de los fines”. Nos concentramos en los medios y en la mera practicidad de las cosas. Y agrega Veca: “Pero es en ese espacio (de los fines) en el que se definen los lineamientos esenciales, los rasgos de los modos de convivir, el lugar de las instituciones, de las prácticas sociales que coinciden con un proyecto, con diversos proyectos. Y que responden a la demanda esencial: ¿qué idea del futuro es meritoria y por qué?”.
Estamos en Chile en un proceso de reformas de la educación y el tema de los medios de acceso a ella prácticamente ha monopolizado la discusión en la esfera pública. Ha quedado a un lado el tema de los fines del sistema educativo y de los méritos respectivos de las alternativas para alcanzarlos. Lo más probable es que esto haya terminado ocurriendo porque para el sentido común dominante la respuesta es evidente y no admite más disquisiciones: la educación formal es una inversión rentable para los individuos. Se trata de acceder a ella en las mejores condiciones posibles, ojalá gratuitamente. Y punto. Es el utilitarismo en acción. Pero en  algún momento habrá de ser abordado el tema del sentido de la educación en nuestra sociedad.
¿Es pertinente, en primer lugar, preguntarse sobre por qué es tan importante el avance en la educación inicial?

En abril de 2015  se creó la Subsecretaría de Educación Parvularia, estableciéndose la obligatoriedad de contar con la autorización del Ministerio de Educación para que salas cunas y jardines infantiles puedan funcionar. Se agrupa en una sola institución a funcionarios de la Subsecretaría de Educación y la Junta Nacional de Jardines Infantiles.

Esta  nueva institucionalidad apoyará la ampliación de la cobertura preescolar, hoy sustancialmente inferior a la de la escuela, y el control de las entidades privadas que funcionan en esta área. La meta del Ministerio de Educación para la educación parvularia –niños y niñas de cero a seis años– es avanzar a los estándares de la OCDE (en torno al 60%) con un aumento de 140 mil plazas. El salto más fuerte se espera en el nivel de salas cuna de cero a dos años, pasando de la cobertura actual cercana al 17% a un 30%. En el nivel medio –jardín infantil– la meta es subir de un 43% a un 50% de cobertura, mientras que en prekínder y kínder se proyecta pasar del 90% al 95% en 2018.

Ahora bien, avanzar en estas coberturas no es un fin en sí mismo, sino que se vincula al hecho de que la primera prioridad de la política educacional debe estar en la infancia temprana.

Según recalca la literatura especializada, las capacidades no cognitivas, como el control de sí mismo, la aptitud a cooperar con otros y a evolucionar en la sociedad, se determinan antes del ingreso a la escuela básica. Estas aptitudes no cognitivas afectan significativamente, a su vez, las de tipo cognitivo, que se traducen en posteriores resultados escolares, en la probabilidad de avanzar hasta estudios de nivel universitario y en el desempeño en ellos (Heckman, J.J.;  Moon, S.H.; Pinto, R.; Savelyev, P.A.& Yavitz, A. “The rate of return to the Highscope  Perry Preschool Program”, Journal of Public Economics, 94-1-2, 2010).

Evidencia reciente obtenida mediante resonancias magnéticas de individuos de 4 a 22 años sugiere que la situación económica parental opera sobre el rendimiento de los niños a través de un mecanismo neurobiológico, con estructuras específicas del cerebro vinculadas al funcionamiento del aprendizaje y de la educación (atención sostenida, planificación y flexibilidad cognitiva) que son vulnerables al entorno de la pobreza, como el estrés, la estimulación limitada y la nutrición.

El potencial de los niños para el éxito académico se reduce a edades tempranas por estos factores. Un 20% de la brecha en los test de desempeño podría explicarse por retrasos de maduración en los lóbulos frontal y temporal. Mientras más tiempo viven los niños en la pobreza, mayores son sus déficits académicos. Estos patrones persisten hasta la adultez (Hair, N.L.; Hanson, J.L.; Wolfe, B.L.; Pollak, S.D. “Association of Child Poverty, Brain Development, and Academic Achievement”, JAMA Pediatr. Julio 20, 2015). Además de las políticas contra la exclusión social propiamente tales, son indispensables las intervenciones que mejoren los entornos y cuidados de los niños para alterar positivamente el vínculo entre pobreza infantil y los déficits cognitivos y de rendimiento académico que tan pesadamente observamos en Chile vinculados al nivel de ingreso familiar y tipo de establecimiento escolar.

¿Es pertinente, por otro lado, preguntarse por qué la escuela es obligatoria y, por tanto, el Estado se obliga a financiarla? ¿Cuál es su función? En el proceso de reforma no se ha enfatizado lo suficiente la necesaria rediscusión de los fines de la escuela. El punto de partida debe ser atribuirle a la escuela obligatoria el deber de “formar ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos”, en palabras de la filósofa norteamericana Martha Nussbaum.

¿No habrá llegado el momento en que la sociedad chilena formalice su propósito colectivo de que todos sus miembros cuenten con los medios para adquirir un núcleo común de conocimientos, de capacidades y de cultura que permita su integración en la vida en común mediante la continuidad de estudios que mejore su futuro personal y profesional y refuerce el ejercicio de la ciudadanía? Para este fin, parece pertinente que la escuela se proponga formar  siete competencias básicas: a) el dominio de la lengua materna, la comprensión y redacción de textos y la expresión escrita y oral; b) la práctica de otras lenguas; c) el dominio de los principales elementos de las matemáticas y de la cultura científica y tecnológica; d) el dominio de las técnicas de la información y la comunicación; e) el dominio de la cultura humanista, de la historia, la geografía, la literatura y las artes; f)  la práctica de las reglas cívicas; g) la práctica de la autonomía y la iniciativa para concebir, crear y realizar.

En las condiciones de desigualdad prevalecientes en Chile, un desafío adicional es que los niños que viven en condiciones de pobreza y marginalidad puedan ser parte del proceso de integración a la sociedad a través de la escuela mediante un trabajo persistente de los equipos docentes y los padres y apoderados que permita la adquisición efectiva del tipo de competencias mencionadas.

La llamada Ley de Inclusión, publicada el 8 de junio de 2015, asegura que a fines de 2017 todos los sostenedores de colegios que deseen permanecer en el sistema subvencionado deberán estar organizados como entidades sin fines de lucro y que todos los recursos destinados a la educación deberán ser usados en los proyectos educativos.

A partir de 2016, los colegios que hoy son gratuitos y sin fines de lucro –todos los públicos y muchos particulares subvencionados– y aquellos particulares subvencionados que se transformen en corporaciones sin fines de lucro y vayan abandonando el financiamiento compartido, comenzarán a recibir el nuevo Aporte de Gratuidad y la nueva Subvención Escolar Preferencial para estudiantes preferentes.

Además, aquellos colegios con convenio SEP verán reajustada esta subvención en un 20%. Como efecto de estos nuevos aportes, en los dos primeros años de vigencia de la ley más de 730 mil estudiantes podrán acceder a una educación gratuita. Se espera que en 2018 el 93% de los estudiantes  que asistan a escuelas que reciben aportes públicos lo hagan gratuitamente. El mayor gasto público alcanzará 1130 millones de dólares anuales.

A partir de 2017 todos los colegios que reciben aportes del Estado deberán aceptar a todos los postulantes en tanto dispongan de vacantes. Si la demanda excede las vacantes existentes, deberán usar un sistema de selección aleatoria, aunque con preferencia a los hermanos de alumnos que ya estudian en el establecimiento e hijos de los trabajadores del mismo. Este procedimiento va a asegurar una mayor integración social en las escuelas, pero no considera a los colegios particulares pagados (un 8% de la matrícula de hijos e hijas de las familias de más altos ingresos), ni asegura la continuidad de la educación pública.

Los establecimientos con proyectos educativos artísticos, deportivos y/o de alta exigencia académica podrán –previa acreditación ante el Ministerio de Educación y aprobación del Consejo Nacional de Educación– establecer procesos de selección de hasta un 30% de su matrícula en función de las características particulares de cada proyecto, exceptuando cualquier tipo de selección académica. El proceso de readecuación de los actuales establecimientos que practican procedimientos de selección por rendimiento tomará cinco años. La ley impide la cancelación de matrícula por rendimiento y permite repetir un curso en la enseñanza básica y otro en la enseñanza media.

Este proceso de reforma tiene una gran significación. Pero falta un paso decisivo: la escuela pública debe desmunicipalizarse porque la desigualdad y fragilidad de la administración comunal reproducen y amplifican la polarización educativa existente, donde la clase social y el lugar en que se nace siguen marcando los destinos y proyectos de vida. Y no parece una buena idea crear un centenar de nuevas administraciones educativas autónomas complejas de diseñar, y difíciles y lentas de poner en marcha.
¿Por qué no transferir progresivamente las escuelas municipales a servicios de educación con base regional? La fragmentación y carencia de adscripción a un escalón administrativo constituido y formal puede hacer fracasar, por ausencia de responsables claros y pertinentes, la reforma de la escuela pública y llevarla a su definitiva marginalización en entidades de las que nadie se hace cargo, frente a un sistema escolar particular subvencionado fortalecido, aunque en adelante sin fines de lucro.

Un sistema escolar público que solo se hace cargo de los niños con más problemas formativos y que nadie más recibe está condenado al fracaso y a la consagración de la discriminación social en la escuela, incapaz de formar las competencias para las que el sistema escolar debe existir en las sociedades modernas. Para evitar que la educación escolar sea en Chile un sistema de guetos separados, la educación pública no debe ser financiada por subsidio a la demanda, sino por subsidio a la oferta, es decir, a los gastos de inversión y funcionamiento de establecimientos bien equipados, situados en todo el territorio y en los lugares de mejor acceso, con docentes suficientemente formados y remunerados, para permitir la integración social y la formación de competencias para todos.

Si en el corto plazo esto tiene como consecuencia muchos menos alumnos por profesor en las escuelas públicas, bienvenido sea para aumentar la “calidad” del proceso educativo, si es que esta noción tiene algún sentido, pues lo pertinente es fortalecer los insumos del proceso docente y mejorar los climas escolares con proyectos de establecimiento pertinentes basados en conductas cooperativas y dirigidos por equipos de gestión motivados.

La nueva escuela pública debe construirse con equipamiento de excelencia y una  carrera docente que cuente con el compromiso de los profesores y su voluntad de ser evaluados por sus pares y por la sociedad mediante procedimientos objetivos, del mismo modo que ellos deben evaluar a sus alumnos. La escuela es por esencia una cultura de la evaluación permanente para procurar con tenacidad alcanzar el logro de las competencias mencionadas más arriba.

Y, finalmente, ¿no habrá llegado la hora, a semanas de que se presente el proyecto de ley respectivo, de debatir acerca del sentido de la educación superior en nuestro país?

La educación superior no es obligatoria, contrariamente a la escuela, y se dirige a personas adultas. La finalidad básica de la educación superior es permitir a las personas insertarse activa y creativamente en la sociedad y permitir su creciente desarrollo.

Pero la educación superior no es solo la universidad. Cuatro de cada diez jóvenes egresan de la enseñanza media desde la educación técnico profesional y más de la mitad de quienes ingresan a la educación superior optan por  planteles técnico-profesionales. Mejorar el desempeño de la educación superior técnica será central para invertir la pirámide educativa basada en el privilegio de la universidad  en el imaginario social.
En los nuevos 15 Centros de Formación Técnica estatales, bajo tuición de universidades públicas, y en las entidades privadas sin fines de lucro selectivamente acreditadas, debe llegarse a la brevedad a la gratuidad completa en la mayoría de las carreras. Los CFT estatales permitirán crear una red con capacidad de articularse con los liceos técnicos profesionales y, es de esperar, con una inexplicablemente postergada redefinición del sistema de formación continua, que permita a quienes debieron insertarse tempranamente en una actividad laboral seguir estudios, incluso superiores.

La universidad, por su parte, no debe seguir siendo una mera plataforma de oferta de estudios para una demanda desinformada de estudiantes-consumidores que buscan primordialmente obtener buenos ingresos futuros. Su finalidad debe definirse como la de conservar, acrecentar y transmitir los saberes y la herencia cultural con espíritu crítico y creativo y fomentar la agregación de conocimiento y la libre expresión de ideas y de la creatividad humana, excluyendo toda forma de discriminación arbitraria.

Ninguna universidad propiamente tal puede ser solo docente. Toda universidad, para ser calificada como tal (“acreditada”), debe realizar investigación en las humanidades, las artes, las ciencias y las tecnologías promoviendo el pluralismo y la libertad de pensamiento, con lealtad a los principios democráticos y a los derechos fundamentales de los ciudadanos; solo en ese contexto es posible formar humanistas, científicos, profesionales y técnicos de alta capacidad académica con respeto a la libertad de cátedra y de acuerdo con las necesidades del desarrollo sustentable del país, consolidando los valores éticos y cívicos y las actitudes de responsabilidad y solidaridad social; finalmente, la universidad debe extender sus servicios a la comunidad.

Para que esto pueda ocurrir, debe en primer lugar otorgarse expresamente roles públicos como los mencionados a las universidades estatales, hoy carentes paradójicamente de toda misión por una supuesta autonomía malentendida, y financiarlas en función de esos roles.

Un nuevo mecanismo debe incluir una dotación de investigación, una de extensión y una de docencia por alumno por tipo de carreras que asegure a la brevedad posible una amplia gratuidad en  pregrado –no completa, en ausencia de un sistema tributario que asegure una mayor progresividad en el impuesto a la renta, es decir, con un arancel graduado por ingresos familiares–, con una duración de carreras que en muchos casos debe disminuir a cuatro años y con un límite de tiempo para terminar la carrera con subsidio, con una combinación de becas y crédito subsidiado en los postgrados.

Estas dotaciones deben fijarse –al menos en sus pisos– en convenios de programación de al menos tres años concordados por cada universidad estatal con la nueva Subsecretaría de Educación Superior que el Gobierno ha planteado crear. Estos convenios deben incluir objetivos de matrícula por área del conocimiento y tipo de formación profesional y prioridades de investigación.

Las universidades estatales regionales deben ser dotadas de roles específicos en conexión con las estrategias regionales de desarrollo. La acreditación de las universidades estatales debe ser parte de los convenios de programación, en los que el Estado asuma una responsabilidad con sus universidades y estas con el servicio público educativo, de generación de conocimiento y de extensión de este a las comunidades sobre la base de objetivos transparentes, explícitos y periódicamente evaluados. Las universidades estatales y sus facultades y centros de investigación y extensión no deben ser feudos y subfeudos apropiados para fines privados por sus miembros y responsables directos, como en algunos casos ocurre en la actualidad, sino que deben actuar de acuerdo a las directrices de quien les da origen y las financia, la comunidad nacional. Su autonomía debe situarse en la esfera de la puesta en aplicación de esas directrices y orientaciones. Deben contar, en sus Juntas Directivas, con representantes de las entidades especializadas de gobierno encargados de velar por los fines públicos establecidos en los convenios de programación, y no ser, como hoy, parte de la repartición clientelar de granjerías, con nombramiento de personas que nada tienen que ver con la educación.

Una segunda categoría debe ser la de universidades de propiedad no estatal con fines públicos, acreditadas en materia de docencia (incluyendo la exigencia de pluralismo de la enseñanza y no discriminación arbitraria), investigación (sin limitaciones extracientíficas financiadas con recursos públicos) y extensión (sin proselitismo de credo o ideología). La gratuidad debe asegurarse en este espacio para los estudiantes de menos ingresos y complementarse con créditos subsidiados para el resto, hasta que no se establezca una progresividad tributaria que haría justificable la extensión a todos, con regulación de los aranceles máximos y con fondos concursables de investigación y extensión.

Una tercera categoría, la de universidades privadas sin fines públicos, debe ser también regulada con estricta acreditación periódica. Estas universidades deben transparentar sus fines, no recibir subsidios públicos ni tener fines de lucro, y ser obligatoriamente propietarias de los inmuebles que usan, junto con prohibir la terciarización de servicios pedagógicos o de cualquier servicio orientado a sustraer utilidades encubiertas o desviar recursos a fines distintos de los educativos.

La gratuidad completa sin redefiniciones institucionales y sin marco regulatorio puede abrir la puerta a un despilfarro gigantesco de recursos públicos y a más subsidios regresivos sin contrapartida que terminen beneficiando a intereses privados y aumentando la desigualdad de oportunidades. El Estado no debe dilapidar recursos transfiriéndolos a entidades privadas sin finalidad pública o a entidades públicas sin control que presten un servicio mediocre y desvíen recursos para sus propios fines. Ni menos debe financiar con recursos de todos los chilenos a familias de altos ingresos que pagan pocos impuestos, dada la estructura regresiva del sistema tributario, al menos hasta que este llegue a tener un carácter progresivo, en el que los más ricos paguen proporcionalmente a sus ingresos más impuestos que los más pobres. Hoy día esto no ocurre.

La presión por más transferencias a entidades educativas privadas sin fines públicos o a entidades públicas feudalizadas no contribuye a la adecuada asignación de los recursos escasos de todos los chilenos que administra el Estado ni es equitativa, aunque se haga falazmente en nombre de los más pobres.

jueves, 31 de diciembre de 2015

Balance 2015 en Educación: nada mal, todo mal.


Fuente: http://www.elquintopoder.cl
Como es tradición, es hora de balances. El tenor de aquellos que ya lo han hecho en columnas de prensa es mayoritariamente pesimista y desalentador: un país a la deriva o derechamente con una hoja de ruta equivocada (el plan o paquete de reformas), con una tripulación inexperta y con más de un motín a bordo. Cuando más, a manera de mitigación del juicio crítico, se admite que 2015 no ha sido un año fácil pues ni el contexto global ni los ánimos nacionales han sido favorables. 

Para estos analistas, todo está mal pues las reformas en sí mismas no apuntan a la calidad y son caprichos ideológicos, ajenas a los intereses y necesidades del país y del sistema educacional. Las reformas, por añadidura, se han hecho de mala forma pues tanto en el plano político como técnico, la solvencia no ha abundado en el MINEDUC: proyectos sin brújula, carentes de un adecuado sustento teórico-conceptual y de evidencia comparada relevante, mal secuenciados, imperfectamente redactados y sin el financiamiento requerido. Reformas paridas luego del debate legislativo apresurado, sin discernimiento de las implicancias a medio y largo plazo simplemente porque dicho horizonte temporal y normativo no existe. Finalmente son solo el resultado de creencias compartidas no por la gente, sino por actores políticos que han logrado anidar las suyas en las nuevas leyes. Así, cuando el resto del mundo apunta a la provisión y financiamiento mixto, al establecimiento de mayores exigencias para docentes, a la profundización de la autonomía de las escuelas, etc., Chile aparece con recetas nostálgicas (sesenteras, dijo alguien). Y mientras tanto, el SIMCE y la PSU muestran que los aprendizajes ni su distribución social no mejoran; los docentes bien calificados en INICIA son menos del 30% de quienes rindieron esa prueba; la matrícula de la educación pública sigue cayendo. Todo mal.

Sin embargo, en educación el balance 2015 puede ser menos sombrío: una Ley de Inclusión aprobada (donde se establecen reglas que gradualmente terminan con el lucro, el copago y la selección en establecimientos subvencionados por el Estado), dos proyectos señeros en discusión legislativa y avanzando (Carrera Docente y Nueva Educación Pública) y una ley corta en Educación Superior que posibilita a partir de 2016 la gratuidad para el 50% de alumnos más vulnerables que se matriculen en universidades elegibles. Si además se agrega al recuento la ejecución 2015 y continuidad 2016 del Fondo de Fortalecimiento de la Educación Pública (de varios cientos de miles de millones de pesos que debieran sanear financieramente a las entidades municipales que luego conformarán los Servicios Locales de Educación), la creación de una Subsecretaría de Educación Parvularia (llamada a resolver los problemas institucionales, de cobertura y de calidad de dicho nivel), la creación de 2 universidades y 15 CFT estatales gratuitos y la creación de 2 Centros de Liderazgo Escolar y el lanzamiento de un nuevo Marco para la Dirección y el Liderazgo, entonces bien se puede decir: nada mal como resultado de la gestión de un año. Nada mal.


Publicada en "El quinto poder" el 31 de diciembre de 2015 





lunes, 7 de diciembre de 2015

¿La desmunicipalización es una reforma de la administración de la educación estatal?

El Observatorio Chileno de Política Educativa (OPECH), un centro dependiente de la FACSO (Universidad de Chile), ha publicado en su sitio una opinión sobre el proyecto de reforma de la educación pública, titulada "Reducir lo público a la gestión es matar la educación pública: sobre el proyecto de ley que crea el sistema de educación pública". En ella sostiene:
  1. "Esta nueva propuesta es absolutamente insuficiente respecto a los alcances de lo que debiera ser una Nueva Educación Pública; más aún, mantiene y refuerza lógicas de administración privada en la educación, presente en otras leyes tales como la Ley de Subvención Escolar Preferencial y la Ley de Calidad y Equidad."
  2. "Por lo tanto, se reduce a 'modernizar la gestión' de lo público. Además, las escuelas públicas siguen condicionadas a convenios por resultados, y por lo tanto anula cualquier discusión sobre el sentido de lo público en Educación. En último término, y tal como se ve el panorama de la discusión legislativa, con este proyecto se sepulta la discusión sobre Educación Pública."
  3. Se mantiene el sistema de financiamiento a la demanda.
  4. Se mantiene la igualdad de trato entre proveedores públicos y privados.
  5. No se discute el sentido de lo público.
  6. No propone un sistema articulado entre niveles de enseñanza.
  7. Como no hay proyecto educativo, el SIMCE sigue siendo el parámetro de calidad.
  8. No promueve el aumento de la matrícula de la educación pública.
  9. Se crea una estructura que desresponsabiliza al Estado, pues propone Servicios Locales de Educación (SLE) y no empodera al MINEDUC.
  10. Propicia una sistema de participación reducido al Consejo Escolar, desconociendo otras instancias, tales como sindicatos, asambleas estudiantiles y Colegio de Profesores.
  11. "En síntesis, este proyecto posiciona a la educación pública como un problema de procedimientos y no de sentido y fines de la Educación. Si bien hace críticas a las reformas mercantilizadoras, este proyecto no altera ninguno de los pilares estructurales del neoliberalismo educativo, una de cuyas consecuencias es justamente el Nuevo Management Público: es decir, lógicas privadas de administración para el sistema público."
¿Es razonable lo que plantea? Como en casi todo, parece que la respuesta es sí y no. Por de pronto, el artículo tiene una redacción apresurada y no desarrolla afirmaciones categóricas como aquella que sostiene que el proyecto no discute el sentido de lo público o que no propone un sistema articulado de enseñanza (¿por qué el lugar de esta discusión es el proyecto de nueva educación pública?). Ante ello, la pregunta previa es si este proyecto en sí mismo debe discutir el sentido de lo público o si acaso esta discusión no se dio en el contexto del debate de la Ley de Inclusión y seguirá dándose en este proyecto. Lo que sí queda claro en la postura de la OPECH, es que asimila lo público a lo estatal y -más todavía- a una comprensión de lo público como aquello que es finalmente administrado por el Estado central, como si los municipios no fueran parte del Estado o como si los nuevos SLE no pasaran al formar parte del aparato estatal. 

Una segunda convicción lleva a la OPECH a postular que los sindicatos, asambleas estudiantiles y el Colegio de Profesores deberían tener un rol en la gestión de la educación pública. Como sugiere el elogio al carácter resolutivo del Consejo Escolar en algunas materias, la opinión de la OPECH sería que estos órganos de participación deberían incidir decisivamente en la marcha de la educación pública, lo que de algún modo es contradictorio con la demanda de mayor protagonismo del Estado central pues es evidente que sindicatos y asambleas son organizaciones o instancias locales ¿Cómo se resuelve la tensión entre facultades resolutivas del gobierno central y participación local sustantiva?

La tercera afirmación de base del artículo es que la gestión estatal de la educación pública es la solución. Por lo tanto, habría que rechazar herramientas como los convenios de desempeño porque ellos incuban el virus del "managerialismo" o del "eficientismo" propio de la empresa privada. Acá se incurre en el maniqueísmo según el cual lo estatal es virtuoso y lo privado es perverso. Y se olvida que usar herramientas de gestión de amplia difusión en el sector privado (incluso en ONGs o fundaciones) no significa entregarse al mercado o negar el carácter público de lo estatal.

Lo que sí suena razonable es enfatizar que hay un riesgo cierto en discutir una reforma a la educación pública sin abordar la modalidad de financiamiento por matrícula y asistencia media. No se trata que de suyo el financiamiento a la demanda sea nocivo (no son pocos los que propician un sistema mixto, donde haya un componente de financiamiento basal y otro componente sujeto al tamaño de la matrícula y/o a los resultados de gestión), sino de advertir que la viabilidad de cualquier formato de nueva educación pública exige revisar el financiamiento que la sustente. La fórmula de cálculo de los SLE asume un tamaño de matrícula y de establecimientos, pero es claro que no hay forma de garantizar que esa realidad de base (por ejemplo, 18.000 alumnos y 34 establecimientos) se vaya a mantener en el tiempo: la libertad de elección de las familias implica que su decisión de matricularse o permanecer en una escuela pública, no puede ser controlada. Por consiguiente, es inevitable preguntarse cómo se sostendrán los nuevos SLE en dicho escenario.