viernes, 1 de agosto de 2014

Opiniones de Harald Beyer y José J. Brunner sobre el debate educacional en Chile





Iguales oportunidades de aprendizaje (Por José Joaquín Brunner, académico UDP)

El mayor desafío de la educación chilena es cómo mejorar la calidad y la distribución social de las oportunidades de aprendizaje. Este es un problema más que secular en nuestro país. Se discutió intensamente  a comienzos del siglo XX, con ocasión de los sucesivos proyectos de instrucción primaria obligatoria tramitados en ambas cámaras del Congreso Nacional.

A este respecto, ya don Darío Salas se hacía cargo en su libro de 1917 de la cuestión suscitada por la existencia de las preparatorias, instituciones especiales -distintas de la escuela pública común- las cuales impartían instrucción elemental para una minoría (privilegiada). En esa época las preparatorias se habían vuelto blanco de la acusación, decía él,  de fomentar la separación de clases sociales y contribuir a la despoblación de los cursos superiores de la escuela primaria. Hoy llamamos a estos males “segregación” y “descreme” respectivamente. Y los atribuimos equivocadamente a fenómenos recientes, como la prevalencia de políticas neoliberales y de prácticas de selección académica. Ha pasado casi un siglo y poco hemos aprendido. Preferimos las consignas antes que las duras lecciones de la historia.

En cambio, nuestro autor era más realista y escéptico a la vez. Sostenía que sin lugar a dudas el ideal republicano mandataba una educación común en el grado elemental. Sin embargo, agregaba, el deplorable estado de la escuela primaria hace indispensable las preparatorias. Al punto, agregaba, que “aun los que opinan en la prensa y en asambleas públicas en favor de su supresión, y hasta los propios visitadores y directores de escuelas muchas veces se ven en la necesidad de enviar a ellas a sus hijos”. Y concluía lapidario: "si llegasen a suprimirse, muy pocos de los que hoy recurren a ellas (las preparatorias) enviarían sus niños a las escuelas públicas los demás preferirían las escuelas particulares".

De modo que una suerte de elitismo republicano, como lo denomina un famoso sociólogo francés, acompañó desde temprano a nuestro débil Estado docente, al amparo del cual se desarrolló  además un elitismo propiamente aristocrático y burgués. Ya bien entrado el siglo XX, el sistema escolar procesa y reproduce todas estas dinámicas históricas de diferenciación y selección en el contexto de una sociedad capitalista de masas, generándose así una desigual distribución social (entre clases y estamentos) de las oportunidades de aprendizaje. La calidad queda reservada a los de arriba; los de abajo deben soportar la (mala) suerte de su origen.

¿Qué significa esta desigual distribución de la calidad de las oportunidades de aprendizaje? Que los resultados obtenidos por los estudiantes se diferencian jerárquicamente según el origen socio familiar de los estudiantes; es decir, los capitales económico, social y cultural de los hogares. Este es un fenómeno universal. Cabe preguntarse entonces: Comparativamente, ¿cuán intensa es esa diferenciación en el caso de Chile? ¿Es la más pronunciada del mundo, como suele decirse? Puede responderse esta pregunta comparando el puntaje promedio obtenido en la prueba PISA 2012, en la escala de matemática, por los alumnos provenientes del 25 por ciento de menores y de mayores  capitales en cada país participante en este examen internacional. Así, por ejemplo, la brecha alcanza en una extremos a más de 100 puntos en 15 países, entre ellos Eslovaquia, Francia, Hungría, Uruguay, Singapur y Alemania y, en el otro, a 70 puntos o menos en 13 países, entre ellos Macao-China, México, Noruega, Finlandia y Túnez (41 puntos PISA corresponden en esta prueba a un año adicional de escolarización). Chile, con 99,7 puntos, se sitúa próximo al grupo de países con una brecha alta, entre Alemania y Polonia, y apenas 10 puntos por encima del promedio de la OCDE (=90,3 puntos). Luego, el desempeño de nuestro país en este indicador de desigualdad en el aprovechamiento de las oportunidades de aprendizaje, si bien no es satisfactorio para nada puede estimarse el peor del planeta o algo similar, como proclaman quienes utilizan la vacua retórica de la hipérbole estadística.

Como sea, Chile necesita mejorar la calidad de las oportunidades escolares y distribuirlas de manera más equitativa, usando -en la medida de lo posible- la educación como un medio para contrarrestar o mitigar la reproducción de las desigualdades de la cuna. Durante la década (larga) pasada, entre 2000 y 2012, nuestro país mejoró los resultados en las pruebas PISA de comprensión lectora y matemática y mantuvo su desempeño en ciencias. Por tanto hizo la tarea y mereció el reconocimiento de organismos como la OCDE.

¿Qué necesitamos hacer para seguir avanzando durante la década presente y llegar al año 2020 con un rendimiento cercano al promedio de los países de la OCDE; digamos, donde hoy se hallan situados España, Portugal y Grecia? Básicamente, tres cosas, además de salir de la confusión y poner fin al estéril debate que hoy mantiene confundido al sistema escolar.

Primero, igualar la calidad de la oferta, poniendo a todos los sostenedores y sus escuelas en un pie de igual trato en cuanto a los subsidios, los apoyos y las exigencias. Incluye disminuir progresivamente el copago, aumentar significativamente la subvención de base y preferencial, y establecer un régimen serio y coherente de regulaciones públicas compatibles con la diversidad de proyectos y misiones escolares de nuestro sistema mixto de provisión.

Segundo, reforzar la efectividad de los colegios que atienden a la población mas vulnerable. Las variables sobre las que hay que operar son bien conocidas: desempeño y carrera docente, liderazgo directivo, motivación y compromiso de los alumnos, clima escolar, relación con las familias.

Tercero, ampliar y reforzar todo tipo de programas, instrumentos y medidas para apuntalar  los colegios que atienden a los niños y jóvenes provenientes del 40 por ciento de la población con menores capitales, junto con ofrecer a sus familias oportunidades de alta calidad a través de una red de jardines infantiles de máxima efectividad.





Un desafío de proporciones (Por Harald Beyer, Director CEP)

La educación puede ser una fuente importante de igualdad de oportunidades y de movilidad social, pero es fundamental no crear expectativas exageradas sobre sus efectos. De las 65 economías que participaron en la prueba PISA 2012, trece tienen resultados “virtuosos”, es decir simultáneamente tienen desempeños por sobre el promedio de la prueba y la proporción de la varianza de estos que contribuye a explicar el origen socioeconómico y cultural de los estudiantes es inferior al promedio. Nueve de ellos pertenecen a la OCDE (Holanda, Corea, Japón, Irlanda, Suiza, Australia, Canadá, Estonia y Finlandia). El promedio simple de su coeficiente Gini -la medida de desigualdad más utilizada-, antes de impuestos y transferencias, es decir de “mercado”, es 0,45 (mientras más cercano a 0 más igualitario el país. Lo inverso ocurre si se acerca a 1). Para Chile ese valor es 0,536. Son más igualitarios esos países virtuosos, pero tampoco las diferencias son abrumadoras.

Una aclaración es necesaria aquí: estamos acostumbrado a ver diferencias mayores, pero ellas se observan cuando comparamos los coeficientes Gini después de impuestos y transferencias. La razón principal para este contraste es que muchos países de la OCDE realizan importantes transferencias monetarias, muchas de ellas focalizadas, que son muy superiores, como porcentaje del PIB, a las que realiza Chile. Esas menores desigualdades no son, por tanto, el efecto de un sistema educativo de calidad y más equitativo. Por cierto, se podría argumentar que un sistema de esas características hace a los países más productivos y, por tanto, más ricos, elevando su recaudación (y carga) tributaria, hecho que a su vez permite mayores subsidios monetarios. Pero, el impacto directo puede ser más acotado de lo que habitualmente se supone en el debate público.

Ello hace indispensable pensar bien la estrategia para producir más oportunidades en educación y evaluar apropiadamente cuál es el mejor uso de los recursos adicionales con los que contará el sector educacional. Es también importante recordar que Chile ha subido sus desempeños educativos promedios y también se han reducido las brechas entre estudiantes de distinto origen socioeconómico. Esto puede verse tanto en las pruebas internacionales (PISA y TIMSS) como en las mediciones nacionales. Por supuesto, estos cambios no son lineales, no ocurren en todas las mediciones y no se repiten igual en todas las disciplinas, pero las tendencias son claras. Muchos no quieren verlos, porque contradice el discurso del estado crítico en el que nos encontraríamos y la demanda de una transformación refundacional e inmediata de nuestro sistema educacional que acompaña ese discurso. Este es legítimo, pero menos si no deja espacios para reflexionar respecto de cuáles son las medidas prioritarias y más urgentes para producir más oportunidades.

Ahora es importante reconocer que también Chile tiene debilidades significativas en su panorama educativo: quizás la más relevante es su alto nivel de segregación, demostrado en la prueba PISA, incluso por encima de países de la región tan desiguales como el nuestro. Es cierto que quizás la comparación no es justa, toda vez que tenemos un nivel de cobertura en educación secundaria muy superior a nuestros vecinos, es decir, incluimos a más estudiantes vulnerables que ellos, lo que afecta nuestros índices de segregación. Aun así, no podemos renunciar a lograr una mayor integración. El término del copago y un sistema de admisión no discriminatorio pueden contribuir a este objetivo. Claro, que las reformas a la segunda de estas dimensiones deben ser capaces de establecer un balance adecuado con otros valores educativos largamente respetados en Chile. Por ejemplo, la libertad de enseñanza con fondos públicos o la admisión por trayectoria académica de los estudiantes como ocurre en muchos liceos públicos. Hay un aporte de estas experiencias que no se puede tirar por la borda. A su vez, el término del financiamiento compartido es una alternativa que tiene sustitutos si se quiere afectar su impacto potencial sobre segregación, pero si se insiste en ese camino parece razonable definir una transición distinta a la del controvertido proyecto que le pone fin a esta posibilidad, toda vez que la ahí contenida perjudica los proyectos educativos desarrollados por más de 900 establecimientos educacionales que educan a 580 mil niños y jóvenes.

De implementarse esas medidas no sabemos mucho respecto del cambio que va a experimentar la segregación y tampoco es evidente que vayan a mejorar nuestros desempeños educativos y a reducirse las brechas de logro entre estudiantes de altos y bajos niveles socioeconómicos y culturales. A menos que se crea que pueden generarse grandes efectos pares. Sin embargo, me parece que la literatura especializada reciente nos obliga a ser cautos respecto de esta expectativa. Entonces, ¿qué reformas tienen mayores posibilidades de lograr esos objetivos? Menciono dos que son indispensables. Si vemos los resultados de estudios como los de la Encuesta Longitudinal de Primera Infancia que, en diversos indicadores de habilidades cognitivas y socioemocionales, muestran diferencias relevantes entre niños de alto y bajo nivel socioeconómico, es fundamental concentrar esfuerzos en esta etapa. Ello supone no solo una educación inicial de alto nivel sino también una mirada más integral al desarrollo de los niños de hogares menos aventajados socioeconómica y culturalmente. El desafío aquí es profundo y tiene que ver con la posibilidad de crear entornos que enriquezcan el desarrollo de estos niños y en muchos casos que reduzcan sus niveles de stress. Lograr crear iguales oportunidades en esta etapa cuesta dinero y requiere de mucho ensayo y error. Más allá del discurso, este desafío no lo estamos aquilatando apropiadamente.

Y es difícil pensar que la etapa siguiente, la escolar, pueda lograr un verdadero aporte a la igualdad de oportunidades sin docentes y directivos bien preparados, y profesionalmente desafiados y atraídos por la labor que desempeñan. Hacer esto bien, es decir formar, atraer y retener a personas capaces e inspiradas a nuestros colegios, particularmente a aquellos donde hay más estudiantes vulnerables es, también, una tarea gigantesca y requiere muchas capacidades concentradas en lograr sacarla adelante. Observando el debate educacional, no tengo claro que estemos conscientes del alcance de este desafío.

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