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Fuente: http://revistaperspectiva.cl/ |
Transcribo la columna de Ernesto Águila, de la Universidad de Chile, publicada en La Tercera esta semana. Se titula "Acerca de los padres":
UNO DE los principios más invocados por quienes hoy se oponen a la
reforma educativa es el de la libertad de los padres para elegir la
educación de sus hijos. Se argumenta -y con ello se busca infundir
temor- que dicho principio estaría en peligro. ¿Está esa libertad en
riesgo? ¿Cómo entenderla y cuáles son sus límites? ¿Se la restringe o se
la expande con los actuales cambios?
En primer término, el eje central de la reforma -inexplicablemente
aún no desplegado- es, o debiera ser, la reconstrucción de un sistema de
educación pública gratuito, diverso y de excelencia. Es claro que el
logro de este objetivo sólo puede ampliar la capacidad de elección de
las familias. En segundo lugar, la eliminación de los sistemas de
selección por proyecto educativo aumenta la capacidad de elegir de los
padres y disminuye el poder de los sostenedores de ser quienes
finalmente seleccionen a las familias. Y en tercer lugar, la eliminación
de las barreras económicas por la vía de terminar gradualmente con el
financiamiento compartido, repone la gratuidad en el sistema educativo
subvencionado por el Estado, restituyendo la capacidad de elección de
todas las familias por igual.
Se argumenta -ya en franca campaña del terror- que la reforma opone a
la libertad de los padres una mayor injerencia del Estado, pero en esta
reforma el derecho de elección de las familias no colisiona con el
Estado, sino sólo con aquellos sostenedores que aplican mecanismos de
selección. Lo que realmente ocurre es que se discrimina a los niños y
jóvenes a través de transferir a los sostenedores y/o al mercado la
capacidad de seleccionar a las familias.
Por último, es conveniente considerar que la libertad de los padres
de decidir sobre la educación de sus hijos, como toda libertad, no es
absoluta, y limita con los derechos de los niños (o de los hijos, si se
prefiere). No sólo con su derecho a acceder a la educación, sino, a
estas alturas de nuestro desarrollo como sociedad, con su derecho a
recibir una educación diversa y plural -y no un mero adoctrinamiento
religioso o ideológico-, que les permita conocer de manera amplia y
crítica los valores y la cultura de la que forman parte, brindándoles la
oportunidad -como diría Martha Nussbaum- de “vivir una vida que pueda
ser examinada”.
Conocido es que en el largo debate que condujo a la ley de
instrucción primaria obligatoria de 1920, el último argumento
conservador en caer fue que no se podía aprobar dicha ley porque
coartaba el derecho de las familias a optar porque sus hijos no
asistieran a la escuela si así estas lo decidían. Ya entonces se
comprendió que la libertad de los padres no era ilimitada y que existían
derechos de los niños anteriores a esta.
En definitiva, la falta de una extendida oferta de educación pública
de excelencia, unida a los mecanismos de selección y copago, son hoy las
limitantes, tanto de la libertad de elección de los padres como del
derecho de los niños y jóvenes a no ser educados en escuelas social y
culturalmente segregadas ni de ser seleccionados.
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