Fuente: El país |
Es el título de una interesante serie de notas breves publicadas por "El país". En cada nota se presenta el testimonio de padres que relatan su experiencia, sea en Francia, Alemania, Inglaterra, Italia y España.
En el primer país, la experiencia narrada es de un español que afirma dos verdades: las escuelas son sus profesores; las escuelas también son sus directores. Luego agrega: "Hay más cosas, claro: la laicidad a rajatabla, la gratuidad hasta en los
cuadernos, la incitación a la lectura, el énfasis en que el alumno
aprenda a expresarse por escrito y oralmente y que, además, tenga buena
letra".
En Alemania, la experiencia corresponde a un francés que alerta sobre los desafíos para escoger la escuela y la trayectoria educativa de los hijos. Dice además que le llamó la atención el énfasis en la autonomía y el impulso a que los niños tomen decisiones. "Una vez escogido el colegio, el niño, en principio, permanece con los mismos compañeros durante toda su educación primaria. Separarlos se considera casi una muestra de malos tratos. Por otra parte, en Berlín, al acabar cuarto curso, los padres deben decidir si su hijo deja el colegio para incorporarse al instituto o si se queda dos años más antes de sumergirse en la educación secundaria. Una elección terrible y un tema constante de discusión en las familias y con el equipo pedagógico desde tercero".
En Inglaterra, el relato es sobre una periodista y escritora italiana que define el sistema escolar británico como "incivilizado y clasista" . Dice categórica: "en Inglaterra, la educación es un privilegio. No un derecho [...] Para saber dónde tenía que enviar a Jacopo y Lorenzo, Caterina preguntó en el barrio. Y, por supuesto, consultó a los amigos. "Me dijeron: puedes intentarlo en la enseñanza pública, pero es prácticamente inútil. Lo hice, de todas formas". Le llegó una carta espléndida que le ofrecía la oportunidad de matricular a los chicos en dos institutos a hora y media de casa. En el centro, estaba ya todo ocupado y reservado con años de antelación". Luego consultó una escuela católica, donde fueron rechazados por no haber bautizado a su hijo en la primera semana de vida. Luego indagó colegios privados, cuyo costo fue inalcanzable. Terminó matriculando a su hijo en un colegio internacional.
En Italia, la experiencia es de una polaca que sentencia que la escuela italiana tiene poca exigencia, un curriculum modesto y docentes desganados: "a veces el estudiante tiene la suerte de dar con un profesor de la generación de más edad que tiene ganas de trabajar y que despierta en el niño las ganas de aprender".
Y en España, la escuela primaria está centrada más en la socialización y menos en los aprendizajes y desafíos cognitivos, dice el británico que escribe la columna. Sin embargo, esto cambia radicalmente en la secundaria, donde el nivel de exigencia aumenta notoria pero desequilibradamente: "a un horario de 8 de la mañana a 2 de la tarde había que añadir una hora o dos de estudio que el alumno debía cumplir (y muchas veces, fijarse) de manera disciplinada por su cuenta, una tarea nada fácil para un chico de 14 años. Los primos de Gran Bretaña o Estados Unidos que llegaban de visita se iban asombrados. El nivel en matemáticas y ciencias era mucho más alto. Pero casi todo lo demás consistía en aprender cosas de memoria: docenas de montañas y ríos españoles, todas las capitales europeas, y la mayor parte de la tabla periódica, incluidas las valencias. La literatura no consistía en aprender a escribir, sino en diseccionar frases en categorías gramaticales infinitesimales. Era un salto enorme, y muchos no fueron capaces de darlo. La tasa de abandono de los que no logran terminar la ESO, el nivel correspondiente a los 16 años, es alarmante, por encima del 30%".
En Alemania, la experiencia corresponde a un francés que alerta sobre los desafíos para escoger la escuela y la trayectoria educativa de los hijos. Dice además que le llamó la atención el énfasis en la autonomía y el impulso a que los niños tomen decisiones. "Una vez escogido el colegio, el niño, en principio, permanece con los mismos compañeros durante toda su educación primaria. Separarlos se considera casi una muestra de malos tratos. Por otra parte, en Berlín, al acabar cuarto curso, los padres deben decidir si su hijo deja el colegio para incorporarse al instituto o si se queda dos años más antes de sumergirse en la educación secundaria. Una elección terrible y un tema constante de discusión en las familias y con el equipo pedagógico desde tercero".
En Inglaterra, el relato es sobre una periodista y escritora italiana que define el sistema escolar británico como "incivilizado y clasista" . Dice categórica: "en Inglaterra, la educación es un privilegio. No un derecho [...] Para saber dónde tenía que enviar a Jacopo y Lorenzo, Caterina preguntó en el barrio. Y, por supuesto, consultó a los amigos. "Me dijeron: puedes intentarlo en la enseñanza pública, pero es prácticamente inútil. Lo hice, de todas formas". Le llegó una carta espléndida que le ofrecía la oportunidad de matricular a los chicos en dos institutos a hora y media de casa. En el centro, estaba ya todo ocupado y reservado con años de antelación". Luego consultó una escuela católica, donde fueron rechazados por no haber bautizado a su hijo en la primera semana de vida. Luego indagó colegios privados, cuyo costo fue inalcanzable. Terminó matriculando a su hijo en un colegio internacional.
En Italia, la experiencia es de una polaca que sentencia que la escuela italiana tiene poca exigencia, un curriculum modesto y docentes desganados: "a veces el estudiante tiene la suerte de dar con un profesor de la generación de más edad que tiene ganas de trabajar y que despierta en el niño las ganas de aprender".
Y en España, la escuela primaria está centrada más en la socialización y menos en los aprendizajes y desafíos cognitivos, dice el británico que escribe la columna. Sin embargo, esto cambia radicalmente en la secundaria, donde el nivel de exigencia aumenta notoria pero desequilibradamente: "a un horario de 8 de la mañana a 2 de la tarde había que añadir una hora o dos de estudio que el alumno debía cumplir (y muchas veces, fijarse) de manera disciplinada por su cuenta, una tarea nada fácil para un chico de 14 años. Los primos de Gran Bretaña o Estados Unidos que llegaban de visita se iban asombrados. El nivel en matemáticas y ciencias era mucho más alto. Pero casi todo lo demás consistía en aprender cosas de memoria: docenas de montañas y ríos españoles, todas las capitales europeas, y la mayor parte de la tabla periódica, incluidas las valencias. La literatura no consistía en aprender a escribir, sino en diseccionar frases en categorías gramaticales infinitesimales. Era un salto enorme, y muchos no fueron capaces de darlo. La tasa de abandono de los que no logran terminar la ESO, el nivel correspondiente a los 16 años, es alarmante, por encima del 30%".
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