Transcribo una columna de Juan Manuel Zolezzi, rector de la USACH, quien se refiere a la estrecha discusión sobre la relación entre el financiamiento de la formación profesional universitaria basado en aranceles de referencia y el lucro en las universidades. Aunque el título ya implica un reduccionismo (puesto que sería preferible hablar de los riesgos y posibilidades de ejercicio del lucro en la educación superior) lo señalado por Zolezzi representa la opinión de buena parte de las universidades estatales, aquellas que se autodefinen como "complejas" para aludir a un modelo institucional que integra formación profesional, investigación y extensión.
Esta es la columna del rector Zolezzi en "El Mostrador":
Quienes estamos en la porfía diaria por lograr un
nuevo trato del Estado para con sus universidades, observamos
inquietos el lento proceso de la tramitación del proyecto de ley
que crea la Superintendencia de Educación Superior y el relativo a los
requisitos de funcionamiento de universidades no estatales en relación
al lucro.
Esto, pues hemos sido testigos de cómo un
ex rector advierte a la autoridad ministerial y a todo Chile que
existen empresarios de la educación superior que son capaces de
vulnerar, mediante “triquiñuelas”, un sistema a todas luces desregulado
y feble para obtener beneficios económicos. ¿Qué ha hecho la autoridad?
Al respecto, estamos a la espera de señales claras.
Por de pronto, desde la otra vereda nos cabe a nosotros sugerir
que las políticas de financiamiento para las universidades estatales
debieran tener un fundamento menos tecnocrático, debido al carácter de
formación integral inherente a estas instituciones de educación superior
y a su valor social que es mucho más importante que la oferta, la
demanda y la ganancia.
En consecuencia, es necesario comprometerse con ideas en torno al
tipo de sociedad que deseamos construir. Si aspiramos a un sistema
social que sólo reproduzca la inequidad, entonces podemos seguir siendo
complacientes con la exacerbada interpretación y aplicación del modelo
económico actual a la asignación de recursos a las universidades
públicas.
Por el contrario, si pretendemos que la educación superior posibilite
una real movilidad social, debemos basar todo el proceso de asignación
de recursos en este criterio. No es posible argumentar que el
surgimiento de una sociedad de oportunidades menos desigual y más
inclusiva, sea el resultado de concepciones que visualizan a las
universidades públicas desde la perspectiva del dinero y la ganancia a
partir de la etapa inicial en que se les asignan incluso, los recursos
más básicos.
No es razonable formar profesionales socialmente responsables,
disminuir los niveles de desigualdad y generar una sociedad más justa
si, de partida, un proceso como la definición de los aranceles depende
crucialmente de qué tan demandada sea una carrera en el mercado de la
educación.
Es injusto para estos planteles supeditar sus complejos procesos de
formación de profesionales a una lógica reduccionista y simplificadora
en la que prevalece sólo la demanda por determinadas carreras, la
competencia con universidades privadas que cuentan con recursos
millonarios y la definición de aranceles según la rentabilidad futura de
esas carreras. La rentabilidad social de algunas carreras como
Historia, Filosofía y Música, por ejemplo, requiere una mirada desde el
punto de vista de sus externalidades positivas para la sociedad, más que
su rentabilidad en el mercado. En consecuencia, un trato diferencial
por parte del Estado.
El valor de los aranceles debería considerar el costo de la educación
y el hecho que la calidad con que es entregada por las universidades no
radica solamente en sus procesos de instrucción, sino en la idea de una
formación integral. Es por esta razón que el concepto de universidad
compleja que integra docencia, investigación y extensión no calza con
una definición de aranceles que sólo considera la demanda por
determinadas carreras o cuánto ganarán los futuros profesionales.
Por ello mismo, se necesita un modelo de financiamiento que contemple
aportes basales permanentes y de mayor cuantía, lo que implicaría una
disminución de los aranceles de pregrado, incrementar la investigación y
potenciar la vinculación con el medio, entre otros beneficios. Esto es
especialmente urgente si se tiene presente que el aporte basal a las
universidades del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas
(Aporte Fiscal Directo) sólo cubre, en promedio, el 20% de su
presupuesto de operación, mientras en algunas universidades públicas
apenas llega al 4% del presupuesto de operación. ¿Cuál es la
responsabilidad del Estado con sus instituciones de educación superior?
Desde el punto de vista financiero, es escaso y preocupante.
El cambio radical del fundamento de las políticas de financiamiento
es urgente, porque en el escenario actual las instituciones que lucran
con la educación impactan negativamente en la sociedad, pues
contribuyen al aumento de la exclusión social.
Sin duda, sacar a los bancos del sistema de créditos es un gran
avance, pero junto con ello también debería haber una mayor preocupación
por la forma cómo vigorizamos las universidades públicas mediante
políticas públicas con sentido país. El esfuerzo por parte del Gobierno,
no debe limitarse únicamente a la asignación de financiamiento según la
demanda; más bien, le corresponde evaluar la oferta educativa
de acuerdo a su calidad, sin considerar el lucro y con un sentido
público de responsabilidad social.
Finalmente, se debe tener presente que la calidad de la educación
universitaria no es el resultado de un contexto en el que imperan sólo
la competencia, la ganancia y los indicadores tangibles. Esta condición
depende crucialmente de la formación integral de profesionales no sólo
capacitados para ser competitivos en el ámbito laboral, sino que,
además, de la formación de ciudadanos comprometidos con el desarrollo
país. A eso apuntan las universidades públicas e invitamos al Gobierno a
sumarse a este compromiso.
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