viernes, 29 de agosto de 2014

Ranking y liceos emblemáticos

Fuente: http://www.odaee.org/
Como en 2013, los estudiantes de liceos emblemáticos han vuelto a protestar porque el ranking (esto es, el mecanismo de bonificación de puntaje de postulación a las universidades del CRUCH que beneficia a estudiantes cuyo desempeño escolar los sitúa por encima del promedio de notas de su establecimiento) perjudica a aquellos que -en el caso de liceos emblemáticos- tienen un promedio de notas que está por debajo del promedio de su establecimiento. Los estudiantes alegan que es injusto un sistema que finalmente no les permitiría acceder a las carreras deseadas en las universidades que ellos quieren. Alguna prensa los apoya y califica esto como una distorsión de los mecanismos de selección, pues no permitiría la llegada de los mejores a la universidad (lo que para este medio equivale a aquellos que obtienen los más altos puntajes PSU), sino a quienes están mejor situados en el promedio de su establecimiento, independiente del nivel de exigencia de éstos. Liceos de alta exigencia, como se presume serían los emblemáticos, verían perjudicados a sus estudiantes simplemente porque sus notas son más bajas. 

Un segundo problema que se ha mostrado con lo anterior es que algunos estudiantes de estos liceos, al calcular sus puntajes estimados con su actual promedio de notas, ad portas de egresar de la enseñanza secundaria, han resuelto cambiarse a liceos de menor exigencia (lo que infieren por su promedio ranking, informado en la web del CRUCH). El efecto no deseado de esto ha sido que algunas becas dirigidas a alumnos de estos liceos, terminarían beneficiando a estos nuevos estudiantes migrantes de liceos de mayor exigencia.

Al respecto, caben varios comentarios:
  1. Como bien reconoce La Tercera en una de sus editoriales, "la raíz del problema parece estar en que se ha perdido el sentido que debe tener un buen sistema de selección universitario, el cual ante todo debe apuntar a la excelencia académica y aumentar los estándares educacionales. El sistema de selección no debería ser el llamado a resolver los problemas derivados de las deficiencias de la educación escolar, en especial cuando ello pasa por debilitar las exigencias académicas. La Prueba de Selección Universitaria ha sido objeto de numerosas críticas y requiere ser profundamente perfeccionada, pero dichas correcciones deben ir en la línea de asegurar que este instrumento refleje adecuadamente las capacidades académicas, tarea en la que el ranking de notas no aporta al objetivo deseado".
  2. Sin embargo, el mismo medio se equivoca porque su propia argumentación defiende la selección de estudiantes a las universidades que resultaría de aplicar la PSU, instrumento cuyo efecto el ranking quiere mitigar pues se sabe que los resultados PSU están estrechamente correlacionados con el nivel socioeconómico y con las oportunidades educativas a las que han tenido acceso los estudiantes. El ranking quiere, justamente, compensar este efecto premiando el esfuerzo de los estudiantes, independiente del liceo donde cada uno ha podido estudiar.
  3. La Tercera también señala que el sistema de selección no debería ser el llamado a resolver los problemas de calidad de la enseñanza media, pero evidentemente tampoco es aceptable que el sistema de selección los agrave, como sí ha ocurrido con la PSU (al convertirse de facto en un examen de egreso tipo SIMCE) y que es precisamente uno de los más poderosos argumentos para demandar su modificación estructural, lo que ha sido persistentemente denunciado por especialistas como Mladen Koljatic y Mónica Silva, de la UC.
  4. Es sorprendente constatar como el sistema de selección a las universidades genera comportamientos estratégicos en algunos estudiantes de liceos emblemáticos, los que no han vacilado en trasladarse de liceos tras un objetivo: acceder a la carrera en la universidad de su preferencia. Para ello, han calculado sus opciones y escenarios probables si permanecen en sus liceos o si se cambian de ellos. Este razonamiento a todas luces devalúa la experiencia escolar y la convierte simplemente en un instrumento para lograr un fin, comprensible desde el punto de vista de estos estudiantes, pero triste para el sistema escolar. 
  5. Es también llamativo constatar la densidad que tiene la opinión de estos estudiantes, pues es evidente que no representan una fracción significativa de los egresados del sistema escolar ni de quienes rinden la PSU. De hecho, no menos de 100 mil estudiantes la rinden anualmente y el reclamo conocido es de cerca de 1000 alumnos, es decir, el 1%. Pese a ser muy pocos, estos mil alumnos han sumado apoyos de la prensa y de políticos y técnicos de derecha que, desde que el ranking opera, han criticado su diseño y funcionamiento.
  6. Con todo, es esperable que una política pro equidad no afecte negativamente a otros ni incentive comportamientos perversos. Una política pro equidad puede no beneficiar a algunos, pero no debe perjudicarlos. La solución planteada por el CRUCH parece ir en la senda correcta, a saber, que se calcule el "Puntaje Ranking considerando la situación del estudiante en cada uno de los cuatro años (1°, 2°, 3° y 4° Medio). Por ejemplo, si el estudiante estuvo en cuatro establecimientos diferentes, se considerará el promedio histórico de cada uno de los establecimientos en el cálculo final de su Puntaje Ranking. Este ajuste eliminaría el incentivo a cambiarse de colegio en 4° Medio para mejorar el puntaje Ranking, permitiendo evaluar de manera más precisa el desempeño del estudiante en su contexto relativo, lo cual es coherente con el espíritu de este factor de selección".


miércoles, 20 de agosto de 2014

La paradoja de la educación en Chile

Con ese título, en "El País" se publica una columna de Ariel Fiszbein y Emiliana Vega, del Programa de Educación del Inter-American Dialogue y del BID, respectivamente. Ambas entidades han puesto desde los '90 mucha atención a lo realizado en Chile. El Inter-American Dialogue financió el Programa de Promoción de las Reformas en América Latina (PREAL), cuya base de operaciones está en Chile. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha desarrollado una amplia agenda de colaboración y no son pocos los chilenos que se han desempeñado allí, también desde mediados de la década de 1990.

La columna es consistente con los énfasis que ambas entidades han promovido. Se afirma que -en el marco de debate de transformaciones del sistema escolar chileno- es conveniente tener a la vista las lecciones de la experiencia internacional sobre políticas que mejoran la calidad y equidad de la educación. En este sentido, estas lecciones serían:
  1. "Mantener metas ambiciosas de aprendizaje como norte para todos y todas, y utilizarlas para definir el currículo y los materiales de enseñanza, así como también los sistemas de evaluación — no sólo para usarlos en la rendición de cuentas, sino, especialmente, para apoyar a todos los actores del sistema a buscar formas de mejoramiento continuo que logren mejores resultados de aprendizaje estudiantil".
  2. "Asegurar que todos los niños entren al sistema escolar listos para aprender. Esto requiere expandir y fortalecer los servicios de desarrollo infantil temprano, desde las salas cunas, programas de nutrición y estimulación temprana, hasta los preescolares de alta calidad para todos los niños y niñas". 
  3. "Apoyar a los maestros y profesores que tenemos, y atraer a los más talentosos al sistema educativo, es el gran desafío para Chile, así como para el resto de la región. Esto requerirá de condiciones laborales atractivas, pero sobre todo de oportunidades de crecimiento profesional que conlleven la satisfacción de tener impacto en lo más importante: las vidas de los niños y jóvenes".
  4. "No hay sistema educativo excelente que no cuente con las inversiones necesarias para garantizar ambientes educativos atractivos para que los mejores profesionales entren y permanezcan en la docencia y los niños y jóvenes quieran ir diariamente al plantel educativo".
  5. "Para que se materialice el potencial de la educación como herramienta de desarrollo individual y colectivo, es necesario un mayor acercamiento del sistema educativo al mundo productivo, y así garantizar que lo que se aprende en el sistema escolar es valorado por el mundo del trabajo".
Es bastante obvio que ambos expertos eluden la discusión nacional. La cuestión regulatoria-estructural y la narrativa del sistema escolar no son aspectos que destaquen o aborden, lo que es comprensible viniendo de representantes de organismos de cooperación (como el BID) o con interés en determinados modelos de reforma (como PREAL). La preocupación que ellos señalan es por las herramientas y las decisiones que la experiencia comparada recomendaría para avanzar en calidad y equidad. Por supuesto, mirado desde este prisma, todo lo que ahora se discute en Chile genera perplejidad: si Chile progresa sostenidamente en Educación, ¿por qué el malestar con el sistema y su lógica de funcionamiento? 

Es sencillo también reconocer la afinidad de la interrogante previa y de las ideas de los columnistas con la argumentación local de quienes dicen estar más preocupados por la calidad: a) Metas y estándares exigentes de aprendizaje y apoyos alineados con dichos estándares; b) Fortalecimiento de la Educación Inicial; c) Formación, incentivos y apoyo a los Docentes; d) Ambientes escolares bien equipados; y e) Vinculación fuerte entre mundo de la producción y sistema escolar. Es también difícil oponerse a este listado. Pero el problema es que el debate en Chile no es sobre instrumentos o estrategias; es sobre los cimientos y sustrato de las estrategias y los instrumentos o, dicho de otra forma, sobre los significados y regulaciones estructurantes del sistema educacional, luego de al menos 20 años donde hubo un consenso tácito cuya solidez se desvanece.



viernes, 1 de agosto de 2014

La educación pública hace realidad la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos (Opinión de Ernesto Águila)

Fuente: http://revistaperspectiva.cl/
Transcribo la columna de Ernesto Águila, de la Universidad de Chile, publicada en La Tercera esta semana. Se titula "Acerca de los padres":

UNO DE los principios más invocados por quienes hoy se oponen a la reforma educativa es el de la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos. Se argumenta -y con ello se busca infundir temor- que dicho principio estaría en peligro. ¿Está  esa libertad en riesgo? ¿Cómo entenderla y cuáles son sus límites? ¿Se la restringe o se la expande con los actuales cambios?

En primer término, el eje central de la reforma -inexplicablemente aún no desplegado- es, o debiera ser, la reconstrucción de un sistema de educación pública gratuito, diverso y de excelencia. Es claro que el logro de este objetivo sólo puede ampliar la capacidad de elección de las familias. En segundo lugar, la eliminación de los sistemas de selección por proyecto educativo aumenta la capacidad de elegir de los padres y disminuye el poder de los sostenedores de ser quienes finalmente seleccionen a las familias. Y en tercer lugar, la eliminación de las barreras económicas por la vía de terminar gradualmente con el financiamiento compartido, repone la gratuidad en el sistema educativo subvencionado por el Estado, restituyendo la capacidad de elección de todas las familias por igual.

Se argumenta -ya en franca campaña del terror- que la reforma opone a la libertad de los padres una mayor injerencia del Estado, pero en esta reforma el derecho de elección de las familias no colisiona con el Estado, sino sólo con aquellos sostenedores que aplican mecanismos de selección. Lo que realmente ocurre es que se discrimina a los niños y jóvenes a través de transferir a los sostenedores y/o al mercado la capacidad de seleccionar a las familias.

Por último, es conveniente considerar que la libertad de los padres de decidir sobre la educación de sus hijos, como toda libertad, no es absoluta, y limita con los derechos de los niños (o de los hijos, si se prefiere). No sólo con su derecho a acceder a la educación, sino, a estas alturas de nuestro desarrollo como sociedad, con su derecho a recibir una educación diversa y plural -y no un mero adoctrinamiento religioso o ideológico-, que les permita conocer de manera amplia y crítica los valores y la cultura de la que forman parte, brindándoles la oportunidad -como diría Martha Nussbaum- de “vivir una vida que pueda ser examinada”. 

Conocido es que en el largo debate que condujo a la ley de instrucción primaria obligatoria de 1920, el último argumento conservador en caer fue que no se podía aprobar dicha ley porque coartaba el derecho de las familias a optar porque sus hijos no asistieran a la escuela si así estas lo decidían. Ya entonces se comprendió que la libertad de los padres no era ilimitada y que existían derechos de los niños anteriores a esta.

En definitiva, la falta de una extendida oferta de educación pública de excelencia, unida a los mecanismos de selección y copago, son hoy las limitantes, tanto de la libertad de elección de los padres como del derecho de los niños y jóvenes a no ser educados en escuelas social y culturalmente segregadas ni de ser seleccionados.


Opiniones de Harald Beyer y José J. Brunner sobre el debate educacional en Chile





Iguales oportunidades de aprendizaje (Por José Joaquín Brunner, académico UDP)

El mayor desafío de la educación chilena es cómo mejorar la calidad y la distribución social de las oportunidades de aprendizaje. Este es un problema más que secular en nuestro país. Se discutió intensamente  a comienzos del siglo XX, con ocasión de los sucesivos proyectos de instrucción primaria obligatoria tramitados en ambas cámaras del Congreso Nacional.

A este respecto, ya don Darío Salas se hacía cargo en su libro de 1917 de la cuestión suscitada por la existencia de las preparatorias, instituciones especiales -distintas de la escuela pública común- las cuales impartían instrucción elemental para una minoría (privilegiada). En esa época las preparatorias se habían vuelto blanco de la acusación, decía él,  de fomentar la separación de clases sociales y contribuir a la despoblación de los cursos superiores de la escuela primaria. Hoy llamamos a estos males “segregación” y “descreme” respectivamente. Y los atribuimos equivocadamente a fenómenos recientes, como la prevalencia de políticas neoliberales y de prácticas de selección académica. Ha pasado casi un siglo y poco hemos aprendido. Preferimos las consignas antes que las duras lecciones de la historia.

En cambio, nuestro autor era más realista y escéptico a la vez. Sostenía que sin lugar a dudas el ideal republicano mandataba una educación común en el grado elemental. Sin embargo, agregaba, el deplorable estado de la escuela primaria hace indispensable las preparatorias. Al punto, agregaba, que “aun los que opinan en la prensa y en asambleas públicas en favor de su supresión, y hasta los propios visitadores y directores de escuelas muchas veces se ven en la necesidad de enviar a ellas a sus hijos”. Y concluía lapidario: "si llegasen a suprimirse, muy pocos de los que hoy recurren a ellas (las preparatorias) enviarían sus niños a las escuelas públicas los demás preferirían las escuelas particulares".

De modo que una suerte de elitismo republicano, como lo denomina un famoso sociólogo francés, acompañó desde temprano a nuestro débil Estado docente, al amparo del cual se desarrolló  además un elitismo propiamente aristocrático y burgués. Ya bien entrado el siglo XX, el sistema escolar procesa y reproduce todas estas dinámicas históricas de diferenciación y selección en el contexto de una sociedad capitalista de masas, generándose así una desigual distribución social (entre clases y estamentos) de las oportunidades de aprendizaje. La calidad queda reservada a los de arriba; los de abajo deben soportar la (mala) suerte de su origen.

¿Qué significa esta desigual distribución de la calidad de las oportunidades de aprendizaje? Que los resultados obtenidos por los estudiantes se diferencian jerárquicamente según el origen socio familiar de los estudiantes; es decir, los capitales económico, social y cultural de los hogares. Este es un fenómeno universal. Cabe preguntarse entonces: Comparativamente, ¿cuán intensa es esa diferenciación en el caso de Chile? ¿Es la más pronunciada del mundo, como suele decirse? Puede responderse esta pregunta comparando el puntaje promedio obtenido en la prueba PISA 2012, en la escala de matemática, por los alumnos provenientes del 25 por ciento de menores y de mayores  capitales en cada país participante en este examen internacional. Así, por ejemplo, la brecha alcanza en una extremos a más de 100 puntos en 15 países, entre ellos Eslovaquia, Francia, Hungría, Uruguay, Singapur y Alemania y, en el otro, a 70 puntos o menos en 13 países, entre ellos Macao-China, México, Noruega, Finlandia y Túnez (41 puntos PISA corresponden en esta prueba a un año adicional de escolarización). Chile, con 99,7 puntos, se sitúa próximo al grupo de países con una brecha alta, entre Alemania y Polonia, y apenas 10 puntos por encima del promedio de la OCDE (=90,3 puntos). Luego, el desempeño de nuestro país en este indicador de desigualdad en el aprovechamiento de las oportunidades de aprendizaje, si bien no es satisfactorio para nada puede estimarse el peor del planeta o algo similar, como proclaman quienes utilizan la vacua retórica de la hipérbole estadística.

Como sea, Chile necesita mejorar la calidad de las oportunidades escolares y distribuirlas de manera más equitativa, usando -en la medida de lo posible- la educación como un medio para contrarrestar o mitigar la reproducción de las desigualdades de la cuna. Durante la década (larga) pasada, entre 2000 y 2012, nuestro país mejoró los resultados en las pruebas PISA de comprensión lectora y matemática y mantuvo su desempeño en ciencias. Por tanto hizo la tarea y mereció el reconocimiento de organismos como la OCDE.

¿Qué necesitamos hacer para seguir avanzando durante la década presente y llegar al año 2020 con un rendimiento cercano al promedio de los países de la OCDE; digamos, donde hoy se hallan situados España, Portugal y Grecia? Básicamente, tres cosas, además de salir de la confusión y poner fin al estéril debate que hoy mantiene confundido al sistema escolar.

Primero, igualar la calidad de la oferta, poniendo a todos los sostenedores y sus escuelas en un pie de igual trato en cuanto a los subsidios, los apoyos y las exigencias. Incluye disminuir progresivamente el copago, aumentar significativamente la subvención de base y preferencial, y establecer un régimen serio y coherente de regulaciones públicas compatibles con la diversidad de proyectos y misiones escolares de nuestro sistema mixto de provisión.

Segundo, reforzar la efectividad de los colegios que atienden a la población mas vulnerable. Las variables sobre las que hay que operar son bien conocidas: desempeño y carrera docente, liderazgo directivo, motivación y compromiso de los alumnos, clima escolar, relación con las familias.

Tercero, ampliar y reforzar todo tipo de programas, instrumentos y medidas para apuntalar  los colegios que atienden a los niños y jóvenes provenientes del 40 por ciento de la población con menores capitales, junto con ofrecer a sus familias oportunidades de alta calidad a través de una red de jardines infantiles de máxima efectividad.





Un desafío de proporciones (Por Harald Beyer, Director CEP)

La educación puede ser una fuente importante de igualdad de oportunidades y de movilidad social, pero es fundamental no crear expectativas exageradas sobre sus efectos. De las 65 economías que participaron en la prueba PISA 2012, trece tienen resultados “virtuosos”, es decir simultáneamente tienen desempeños por sobre el promedio de la prueba y la proporción de la varianza de estos que contribuye a explicar el origen socioeconómico y cultural de los estudiantes es inferior al promedio. Nueve de ellos pertenecen a la OCDE (Holanda, Corea, Japón, Irlanda, Suiza, Australia, Canadá, Estonia y Finlandia). El promedio simple de su coeficiente Gini -la medida de desigualdad más utilizada-, antes de impuestos y transferencias, es decir de “mercado”, es 0,45 (mientras más cercano a 0 más igualitario el país. Lo inverso ocurre si se acerca a 1). Para Chile ese valor es 0,536. Son más igualitarios esos países virtuosos, pero tampoco las diferencias son abrumadoras.

Una aclaración es necesaria aquí: estamos acostumbrado a ver diferencias mayores, pero ellas se observan cuando comparamos los coeficientes Gini después de impuestos y transferencias. La razón principal para este contraste es que muchos países de la OCDE realizan importantes transferencias monetarias, muchas de ellas focalizadas, que son muy superiores, como porcentaje del PIB, a las que realiza Chile. Esas menores desigualdades no son, por tanto, el efecto de un sistema educativo de calidad y más equitativo. Por cierto, se podría argumentar que un sistema de esas características hace a los países más productivos y, por tanto, más ricos, elevando su recaudación (y carga) tributaria, hecho que a su vez permite mayores subsidios monetarios. Pero, el impacto directo puede ser más acotado de lo que habitualmente se supone en el debate público.

Ello hace indispensable pensar bien la estrategia para producir más oportunidades en educación y evaluar apropiadamente cuál es el mejor uso de los recursos adicionales con los que contará el sector educacional. Es también importante recordar que Chile ha subido sus desempeños educativos promedios y también se han reducido las brechas entre estudiantes de distinto origen socioeconómico. Esto puede verse tanto en las pruebas internacionales (PISA y TIMSS) como en las mediciones nacionales. Por supuesto, estos cambios no son lineales, no ocurren en todas las mediciones y no se repiten igual en todas las disciplinas, pero las tendencias son claras. Muchos no quieren verlos, porque contradice el discurso del estado crítico en el que nos encontraríamos y la demanda de una transformación refundacional e inmediata de nuestro sistema educacional que acompaña ese discurso. Este es legítimo, pero menos si no deja espacios para reflexionar respecto de cuáles son las medidas prioritarias y más urgentes para producir más oportunidades.

Ahora es importante reconocer que también Chile tiene debilidades significativas en su panorama educativo: quizás la más relevante es su alto nivel de segregación, demostrado en la prueba PISA, incluso por encima de países de la región tan desiguales como el nuestro. Es cierto que quizás la comparación no es justa, toda vez que tenemos un nivel de cobertura en educación secundaria muy superior a nuestros vecinos, es decir, incluimos a más estudiantes vulnerables que ellos, lo que afecta nuestros índices de segregación. Aun así, no podemos renunciar a lograr una mayor integración. El término del copago y un sistema de admisión no discriminatorio pueden contribuir a este objetivo. Claro, que las reformas a la segunda de estas dimensiones deben ser capaces de establecer un balance adecuado con otros valores educativos largamente respetados en Chile. Por ejemplo, la libertad de enseñanza con fondos públicos o la admisión por trayectoria académica de los estudiantes como ocurre en muchos liceos públicos. Hay un aporte de estas experiencias que no se puede tirar por la borda. A su vez, el término del financiamiento compartido es una alternativa que tiene sustitutos si se quiere afectar su impacto potencial sobre segregación, pero si se insiste en ese camino parece razonable definir una transición distinta a la del controvertido proyecto que le pone fin a esta posibilidad, toda vez que la ahí contenida perjudica los proyectos educativos desarrollados por más de 900 establecimientos educacionales que educan a 580 mil niños y jóvenes.

De implementarse esas medidas no sabemos mucho respecto del cambio que va a experimentar la segregación y tampoco es evidente que vayan a mejorar nuestros desempeños educativos y a reducirse las brechas de logro entre estudiantes de altos y bajos niveles socioeconómicos y culturales. A menos que se crea que pueden generarse grandes efectos pares. Sin embargo, me parece que la literatura especializada reciente nos obliga a ser cautos respecto de esta expectativa. Entonces, ¿qué reformas tienen mayores posibilidades de lograr esos objetivos? Menciono dos que son indispensables. Si vemos los resultados de estudios como los de la Encuesta Longitudinal de Primera Infancia que, en diversos indicadores de habilidades cognitivas y socioemocionales, muestran diferencias relevantes entre niños de alto y bajo nivel socioeconómico, es fundamental concentrar esfuerzos en esta etapa. Ello supone no solo una educación inicial de alto nivel sino también una mirada más integral al desarrollo de los niños de hogares menos aventajados socioeconómica y culturalmente. El desafío aquí es profundo y tiene que ver con la posibilidad de crear entornos que enriquezcan el desarrollo de estos niños y en muchos casos que reduzcan sus niveles de stress. Lograr crear iguales oportunidades en esta etapa cuesta dinero y requiere de mucho ensayo y error. Más allá del discurso, este desafío no lo estamos aquilatando apropiadamente.

Y es difícil pensar que la etapa siguiente, la escolar, pueda lograr un verdadero aporte a la igualdad de oportunidades sin docentes y directivos bien preparados, y profesionalmente desafiados y atraídos por la labor que desempeñan. Hacer esto bien, es decir formar, atraer y retener a personas capaces e inspiradas a nuestros colegios, particularmente a aquellos donde hay más estudiantes vulnerables es, también, una tarea gigantesca y requiere muchas capacidades concentradas en lograr sacarla adelante. Observando el debate educacional, no tengo claro que estemos conscientes del alcance de este desafío.