jueves, 26 de febrero de 2015

Reforma de la Enseñanza Técnico Profesional

Desde el retorno a la democracia, al menos una vez en cada periodo presidencial, se levantan voces demandando cambios radicales en la formación técnica (EMTP). A la vez, al menos una vez por periodo presidencial, los gobiernos anuncian y/o implementan una política más o menos comprehensiva destinada a superar los problemas de la EMTP. Éstos son conocidos. Cito algunos: a) baja pertinencia y relevancia curricular (vale decir, una enseñanza desajustada a las necesidades de capital humano de los sectores productivos o requerimientos del mundo del trabajo al que se asume debería responder); b) persistencia de la idea de la EMTP como educación terminal (lo que se traduce en desvinculación curricular con el nivel siguiente, o sea, con la formación técnica de nivel superior, y con la oferta de capacitación laboral); c) docentes con dificultades para proveer una enseñanza orientada al desarrollo de capacidades; d) escasez de recursos y equipamiento adecuado; e) desbalance entre la formación general y la diferenciada que se provee (lo que también repercute en las oportunidades de continuidad de estudios no técnicos entre sus egresados); f) baja eficiencia interna (esto es, alta deserción y bajas tasas de titulación oportuna).

En este gobierno aún no se anuncia una reforma que se haga cargo de estos problemas. Sin embargo, ya comienzan a expresarse opiniones que la reclaman. Transcribo una columna de Felipe Larraín (que fuera Ministro de Hacienda en la administración de S. Piñera) y Alfonso Swett, ambos al alero del CLAPES. La columna se titula "¿Por qué la reforma educacional olvidó la formación técnica?":


Un 90% de los alumnos de educación media técnico-profesional (EMTP) proviene de los dos quintiles más pobres de nuestro país y solo el 30% de sus egresados accede a la educación superior. De ellos, casi la mitad opta por la educación técnico-profesional. Entonces, ¿por qué la reforma educacional olvida la educación técnico-profesional? ¿Será que la calle no lo pide?

En educación superior, los más pobres se inclinan por la técnico-profesional (CFT e IP) y los con más recursos por la universitaria. Pero la subvención total por alumno en 2013 era de $1.440.000 para las universidades y solo $320.000 para los CFT e IP. ¿Por qué, entonces, los más vulnerables no son prioridad en la reforma educacional ni lo fueron en la Ley de Presupuestos 2015?

Una vez que los más pobres ingresan a la educación técnico-profesional, les cuesta mantenerse dentro (la tasa de deserción de primer año en el quintil más pobre es casi 30%). Muchos de ellos abandonan por problemas económicos. Entonces, ¿cómo se entiende que en la Ley de Presupuestos 2015 (glosa 04 de la partida 09, capítulo 1), las becas Nuevo Milenio para los estudiantes más vulnerables que asisten a carreras técnico-profesionales disminuyen un 4,4%, mientras la beca Bicentenario, que beneficia a los estudiantes (de menor vulnerabilidad) de los 25 planteles del Consejo de Rectores, se incrementa en 25%?

Y una vez que egresan de una carrera técnica, a los más pobres les cuesta más emplearse y reciben menores remuneraciones a lo largo de su carrera (al compararse con los universitarios). En Alemania, un buen carpintero puede ganar mucho más que un abogado medio. ¿Será que la desigualdad ha sido solo un eslogan a la hora de hacer la reforma educacional?

Desde Clapes UC estamos trabajando en este tema para aportar a la discusión. Necesitamos urgentemente que la educación técnico-profesional tenga la importancia que se merece en la reforma educacional.

El Gobierno no puede pretender que su propuesta de 15 nuevos centros de formación técnica al 2017 (10 CFT estatales nuevos, tres CFT transformados y dos CFT con nuevas universidades estatales) solucione los problemas de la educación técnico-profesional. Los desafíos aquí son mucho más profundos y complejos. Por eso, nuestras propuestas se basan en cuatro pilares:

1) Foco: Debemos darle importancia a la educación técnico-profesional para construir una propuesta que incorpore a todos los actores relevantes desde el inicio (trabajadores, estudiantes, educadores, empresas, el mundo académico y el Estado).

2) Sistema: Debemos abordar el sistema en sí mismo, más que sus partes; que la educación media técnico-profesional se relacione con la educación superior técnico-profesional. Que ambas interactúen con el mundo del trabajo y las necesidades de las empresas (así es el modelo alemán). Que una vez terminada la educación técnico-profesional formal, y ya en el mundo laboral, los conocimientos empalmen con un moderno sistema de capacitación guiado por un marco de calificaciones (carrera profesional en el trabajo) y un sistema de certificación liderado por ChileValora.

3) Recursos: Debemos focalizarlos en los más vulnerables. Darles gratuidad a los alumnos más aventajados que acceden a la educación superior universitaria costaría unos US$ 3.900 millones anuales. ¿Por qué no destinar esos recursos a los más vulnerables, los que tienen menos oportunidades? ¿Por qué privilegiar de este modo a los más organizados (los universitarios) y no invertir en los que menos oportunidades tienen (técnico-profesionales)?

4) Experiencia: ¿Por qué reinventar la rueda y no recoger experiencias de países exitosos en la educación técnico-profesional? Históricamente en Alemania la gran mayoría de los estudiantes prefiere la educación técnico-profesional. Gracias a lo anterior, Alemania alcanzó el 2013 una productividad por hora trabajada que es casi tres veces la chilena.

Una reforma que quiera reducir en serio la desigualdad -y no para la galería- no puede olvidar la educación técnico-profesional.

Felipe Larraín B.
Alfonso A. Swett

Clapes UC

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