sábado, 18 de febrero de 2017

Mérito, virtud y talento en educación

Se diría que, en general, el concepto de "mérito" en la educación tiene una comprensión cotidiana positiva, en el sentido que esta palabra traduce una suerte de reconocimiento o premio justo a las buenas acciones o al desempeño. En efecto, si se obtiene, por ejemplo, un cupo en una universidad o en un liceo de alta exigencia académica luego de evidenciar un compromiso, dedicación o esfuerzo mayor que los demás, se tiende a considerar el resultado como un logro justo o correcto. Sin embargo, este significado positivo ha sido cuestionado porque la construcción social del mérito está inevitablemente asociada a ventajas socio-económicas o de oportunidades desiguales ajenas a la esfera educativa. Esto ha llevado a señalar que el mérito es un mito o una ficción, pues asume que hay igual punto de partida para todos (igualdad de oportunidades). La idea de logro de una posición ventajosa como consecuencia únicamente de las diferencias de esfuerzo entre individuos no se sostendría empíricamente, pues si se exploran los factores asociados, aparecen las diferencias de cuna o de redes. Se piensa, entonces, que si todos tuvieran los bienes y condiciones de cuna y redes que hicieron posible esa diferencia de capacidades que permite acceder a mejores posiciones, entonces también las conseguirían. De allí que, con frecuencia, haya reproche social a la forma en que algunos individuos acceden a mejores oportunidades educativas o laborales, como acontece con alguna parentela de políticos (no hay mérito en la amistocracia o la parentocracia). Y de allí también que las políticas busquen -en el mediano plazo- aumentar la calidad de esas oportunidades para todos y, en el intertanto, las medidas correctivas apunten a neutralizar el peso de los factores sociales y a introducir factores de aleatoriedad, sobre la premisa que el azar no es injusto ni justo.

El talento es también escurridizo. La diferencia de habilidades para un deporte, las artes visuales o la música, por ejemplo, suele atribuirse a la naturaleza o factores genéticos, del mismo modo que las excepcionales habilidades para la matemática o la literatura. Se trata de un don o regalo que hace posible un logro superior, como un récord de velocidad en los 100 metros o la formulación de un teorema que cambia la comprensión de un fenómeno científico. Sobre este atributo y sus beneficios sociales no se plantea la cuestión del merecimiento y, al contrario, existe algo así como una comprensión colectiva de que aquello que estos sujetos excepcionales logran, no lo conseguiría la mayoría, aun cuando pongan mucho esfuerzo. Por lo mismo, la reacción social acá no es de reproche, sino de admiración. De igual manera, hay políticas que se proponen el cultivo de talentos, cuestión habitual en los deportes y las artes, mediante programas de identificación y reclutamiento de los individuos y luego de financiamiento para el máximo despliegue de sus capacidades, como ocurre con muchos de los deportistas que asisten al Centro de Alto Rendimiento (CAR) del IND.

La virtud, por su parte, alude a un rasgo moralmente valorado, esto es, un modo de actuar que se entiende ajustado al buen proceder, sin que medie cálculo de los beneficios que una determinada acción reporte. Un sujeto virtuoso es aquel que actúa conforme a la bondad y la justicia, que es prudente, ponderado y persistente, pese a las adversidades que debe enfrentar en un determinado ámbito. Así, en el campo escolar, se valora este proceder por la vía de becas y apoyos financieros, en particular cuando estas actuaciones corresponden a personas de escasos recursos, que pertenecen a minorías o que viven en sectores aislados geográficamente. Se podría decir, además, que el reconocimiento a una trayectoria escolar destacada que subyace en el llamado "puntaje ranking" para postular a la universidad es esencialmente un premio a la virtud, esto es, al esfuerzo y la sistematicidad en la dedicación a los estudios que hace a algunos destacar entre sus compañeros, incluso en contextos de alto riesgo socioeducativo.

Se tiene, entonces, dos situaciones distintas: las relativas a políticas que reconocen y promueven el cultivo del talento y las relativas a políticas que hacen lo propio con la virtud. Cuando se discute acerca del mérito se  tiende a mezclar ambas situaciones con otras, como el buen rendimiento en pruebas estandarizadas o simplemente con el buen desempeño escolar haciendo abstracción del contexto y los antecedentes que los explican (al menos parcialmente), lo que contamina el debate. Acá no necesariamente hay mérito.

En efecto, la sociedad parece tener consenso sobre la necesaria existencia de políticas para el fomento del talento artístico o deportivo. También es de amplia aceptación la existencia de políticas de becas y otras ayudas a quienes muestran comportamientos virtuosos sistemáticos. También suscribe iniciativas que reconocen o valoran el desempeño sobresaliente, cuando éste se basa en un despliegue de capacidades en igualdad de condiciones. El mérito, sin embargo, no está presente en el caso de los talentos heredados; sí lo está en el caso de la conducta virtuosa o el desempeño excepcional en igualdad de condiciones de partida y de fair play durante el proceso.



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