sábado, 4 de junio de 2016

¿Está la educación basado en opiniones y no en evidencia?

Una entrevista de hace algunos meses a Viviane Senna en Brasil provoca justamente con la afirmación siguiente: "La educación está basada en opiniones, no en ciencia". Por supuesto, generó molestia entre académicos y especialistas pues interpretaron las palabras de Senna como una descalificación de la pedagogía y como una predilección por una comprensión economicista.

En Chile, el argumento se repite con cierta frecuencia por quienes se oponen al cambio, especialmente cuando las reformas propuestas van contra tendencia. Así, por ejemplo, respecto del fin del lucro en educación escolar se decía que no había suficiente evidencia para sustentar la bondad o beneficio de esa política. De igual modo, cuando se habla del "efecto par", cuya evidencia no resulta concluyente (o sea, hay estudios que apoyan y otros que rechazan la hipótesis según la cual los desaventajados se benefician de compartir experiencias educativas con los más aventajados y estos últimos no se ven perjudicados con dicha interacción) o cuando se argumenta a favor de la descentralización y autonomía escolar (como ocurre ahora con el proyecto de ley de nueva educación pública).

Por "evidencia" en general se entiende los datos y/o conclusiones que resultan de estudios o investigaciones acerca de los beneficios y efectos adversos de determinadas medidas o políticas en otros países o en escenarios controlados (experimentos). Una política basada en evidencia, en conclusión, es aquella que funda sus razones, focos y estrategias en resultados de otras políticas que han sido documentadas y evaluadas en su eficacia y/o impacto. Por supuesto, hay buenos argumentos para recomendar que las políticas se basen en investigación o que respondan a diseños técnicamente respaldados: la eficiencia en el gasto estatal, el uso alternativo de los recursos públicos, la eticidad de implementar medidas en poblaciones escolares cuando no se conoce su resultado probable, etc.

Pero también hay riesgos: la evidencia tiende a ser reproductiva y conservadora, o sea, sólo existe evidencia de aquello que ya existe; la evidencia tiende a ser abundante de aquellas políticas que también son más frecuentes en el mundo, lo cual depende también de factores sociopolíticos y contextuales (lo que resultaba recomendable a mediados del siglo pasado hoy puede no serlo e incluso puede ser contraindicado). Es siempre más dificultoso probar que algo está equivocado o es inconsistente cuando lo que se busca contrariar es justamente lo hegemónico (o sea, cuando está dentro del paradigma dominante).

¿Es conveniente contar con evidencia? Por supuesto, pero siempre en la medida que previamente se haya convenido un horizonte normativo que sustente el juicio sobre la calidad de esas evidencias. Sin principios o valores, las evidencias son datos vacíos; aunque en rigor no es posible asumir una verdadera neutralidad en la evaluación de efectividad de políticas. Pero a la vez, sin evidencias, los principios y valores de una política se acercan riesgosamente a ser mera retórica. 

¿Y por qué no tenemos evidencia que afirme la bondad de las políticas? La principal razón quizá esté en que evaluar concienzudamente una política requiere tiempo (sobre todo en educación) y, en cambio, el rango de tiempo de los políticos es escaso (un gobierno tiene generalmente un periodo para implementar sus propuestas). La segunda razón es derivada: evaluar políticas -justamente porque toma tiempo- cuesta dinero: si los beneficios de una evaluación de política probablemente los recibirá el próximo gobierno, ¿para qué invertir en ello?

Un ejemplo de reformas basadas en evidencia es el artículo de Murnane y Ganimian (junio de 2014), titulado "¿Cuáles son las lecciones de las evaluaciones de impacto rigurosas de políticas educativas para América Latina?" publicado por Interamerican Dialogue. Ambos proponen 4 lecciones de política que resultan de la evaluación de impacto de políticas de países en vías de desarrollo:
  • "Primero, reducir los costos de asistir a la escuela y proveer alternativas a las escuelas públicas tradicionales aumenta la asistencia y la escolaridad, pero no siempre el desempeño. 
  • Segundo, proveer información sobre la calidad de las escuelas, las prácticas que los padres pueden implementar para mejorar el desarrollo de sus niños, y los retornos educativos incide en las acciones de los padres y el desempeño de las escuelas privadas.
  • Tercero, más y mejores recursos mejoran el desempeño estudiantil, pero sólo cuando influyen la experiencia cotidiana de los niños en la escuela. 
  • Cuarto, los incentivos bien diseñados aumentan el esfuerzo docente y el desempeño de los alumnos más rezagados, pero para lograr niveles de instrucción enseñanza mínimamente aceptables, los docentes menos calificados necesitan orientación y apoyo específicos."


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