jueves, 11 de diciembre de 2014

¿Se debilita la reforma de la educación en Chile?

En estas semanas, la discusión legislativa de la reforma que terminaría con el lucro, la selección y el co-pago está en el Senado. En sus editoriales y columnas de opinión, la prensa nacional (impresa) ha insistido en los perjuicios que estos cambios traerían a la libertad de enseñanza así como su nula contribución a la mejora de la calidad de la educación (siempre entendida como performance en pruebas estandarizadas como el SIMCE, la PSU y operativos internacionales como el reciente TERCE de UNESCO). En el lado oficialista, las voces no son armónicas y los bandos se dividen en dos: aquellos que dicen defender el núcleo original del proyecto (la erradicación de la lógica de mercado en la educación y la re-estructuración de un sistema donde la educación es concebida como un derecho social) y aquellos que también dicen defender este núcleo pero que al mismo tiempo bregan por mantener formas de selección de los estudiantes basadas en el talento (deportivo, artístico, etc.) y el mérito intelectual; mecanismos de arriendo de inmuebles usados para prestar servicios educativos que posibilitan nuevas formas de lucro; y el co-pago por la vía de la donación voluntaria por parte de las familias (vieja práctica de muchos establecimientos y la forma habitual de exigir pagos de los Centros de Padres y Apoderados).

Discrepo del estilo de Jaime Retamal (USACH), usualmente furibundo e hiperbólico en sus columnas; sin embargo, hoy escribe en El Mostrador una opinión que tiendo a compartir y donde manifiesta que la reforma parece cada día más deslavada al punto de anunciar su funeral. La tituló "Réquiem para la Reforma Educacional" y es la siguiente:


"Es la ley del fin a la selección, pero ya se han abiertos sendas posibilidades para que ciertos tipos de escuelas, colegios y liceos sí lo puedan hacer, sí puedan seleccionar.
Es la ley del fin al lucro, pero ya se nos ha dicho, poco a poco, que un buen porcentaje podrá seguir tal cual por tener menos de 500 estudiantes (35 estudiantes por nivel), pues con ese número no alcanzaría –¡por Dios!– a ser constitutivo de lucro un emprendimiento educacional administrado por –¡santos!– profesores.
Es la ley del fin al copago, pero nada podrá impedir que por una vía –digamos– voluntaria, los padres decidan, en honor a la democracia, mantener un pago extra, que no es otra cosa que disfrazar la distinción social por la excelencia y la calidad académica.
¿Y las Agencias de Asistencia Técnica Educativa (ATE) que están lucrando con las platas de la Ley de Subvención escolar preferencial destinada a las escuelas más pobres? Pues hay que regularlas… pero en otra ocasión, no ahora, que ya se tienen demasiadas cosas en el plato de la reforma de Eyzaguirre… (de paso, las ATE hacen un lobby descarado en el Senado sin tener siquiera en mente inscribirse en el registro de lobbistas).
¿Y el Simce, instrumento perverso del sistema escolar, que desvirtúa lo más noble que tiene enseñar y aprender en una competición descarnada, en aras del benchmarking, “para que los padres y madres puedan elegir en libertad y sin ningún velo de ignorancia respecto a la calidad de los proyectos educativos”? Bueno, ahí está –el gato cuidando la carnicería– entregado a una comisión que no hará más que mantener lo que hay: a priori, si dejo al gato cuidando la carnicería, no me puedo quejar después.
¿Y el sistema de vouchers, uno de los principales pulmones del experimento neoliberal en educación en nuestro país?… ¿y…?… ¿y…?… ¿y…?… podríamos seguir.
La cuestión es a todas luces preocupante, sobre todo porque la manera en cómo crearon este embrollo reformista y, al mismo tiempo, la manera en que están saliendo de él va a: 1) desprestigiar aún más a la clase política en lo que se refiere a su voluntad igualitarista en el sentido más noble que tiene esa palabra, a veces muy manoseada; 2) va a mermar las posibilidades ciertas que se veían –incluso para las incrédulos, entre los que me inscribí de los primeros– en cuanto a lograr democratizar el sistema escolar; 3) va a restar todavía más credibilidad al principio de que la educación –y no el dinero o la fortuna– es la vía para lograr élites más plurales y con sentido de país; y 4) algo muy preocupante, va a corroer aún más el sentido profundo que la “educación pública” había tenido para la historia de nuestro país, pues si no comenzaron por la educación pública (la municipal) fue precisamente porque al parecer están convencidos de que la “educación particular subvencionada gratuita” cumplirá –por no sé bien qué ardid filosófico– la misma función que la otrora verdadera educación pública.
Es para estar convencidos de que, en verdad, aún no hemos sabido dimensionar qué significó para nuestra historia presente el hecho de que nos hubieran transformado a la educación en un “producto de consumo” –pero todavía peor–, que lo hubiéramos tolerado, aceptado y hasta deseado por tanto tiempo.
No hemos pensado en total profundidad lo que el neoliberalismo le hizo al sistema escolar, pero, también, a la idea democrática de educación que con tanto esfuerzo habían forjado nuestros antepasados –por la vía institucional o no–, como es fácil de comprobar si vemos lo que en el siglo XX se había podido avanzar hasta la década del setenta.
Estos días me he acordado varias veces de cuando en Little Rock, Estados Unidos, hubo que hacer prevalecer la inclusión educacional con la fuerza pública. El mundo al revés. Mientras acá no se tiene el coraje de afrontar el segregacionismo de los padres y madres de la “clase media aspiracional” o de los jovencitos supuestamente “meritocráticos” de los liceos emblemáticos, sí se tiene la voluntad de ocupar Carabineros en algo verdaderamente útil para el mercado y los bancos: cuidar cajeros automáticos. Mejor ya vamos haciendo un réquiem y que cada uno mate a su toro."

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