martes, 22 de abril de 2014

PISA y la educación para la democracia

Fuente: http://necesitodetodos.org/
Una columna en "El País" reflexiona acerca de la baja preponderancia que las mediciones de la OCDE asignan a aquellas capacidades no relacionadas con la productividad económica y el progreso. Esto resulta familiar en Chile, cuando se piensa en la discusión sobre el concepto de calidad y, en particular, cuando se demanda un "alto al SIMCE". El énfasis del curriculum escolar y de la evaluación nacional de aprendizajes que propician sistemas como el SIMCE, por lo general, denotan la elocuencia del descuido o abandono de la educación para la ciudadanía y la democracia, aspecto particularmente cuando se discute la contribución de la educación al fortalecimiento de la cohesión social en Chile.

Transcribo la columna de Josep Vallés, titulada "¿Déficit democrático en los informes PISA?":

Los Informes PISA-OCDE provocan un general desconsuelo ante el mal resultado de nuestros escolares. Como no experto en la complicada ciencia de la educación se me ocurren, sin embargo, otros motivos de insatisfacción. Me inquieta mucho más la indiferencia de PISA-OCDE sobre el futuro democrático de nuestras sociedades. Porque, ¿sobre qué conocimientos evalúan a los quinceañeros? Se les juzga sobre comprensión lectora, matemáticas y conocimiento científico, entendido como el conocimiento sobre física, química, biología, astronomía o geología. Es decir, un limitado —aunque importante— repertorio de saberes en el que no tiene cabida ningún ejercicio sobre el conocimiento de los estudiantes en materia literaria, filosófica, histórica, artística o económica.

Se me ocurren algunos argumentos para explicar esta llamativa ausencia. El primero —bastante pobre— sería que los expertos de la OCDE no reconocen a estas disciplinas como “ciencia”, partiendo de un muy discutido positivismo. El segundo argumento sostendría que es imposible comparar el conocimiento sobre dichas materias porque diferentes contextos culturales impiden elaborar cuestionarios con preguntas homologables. Pero, ¿tan complicado es identificar experiencias históricas o literarias con tal proyección universal que desborda las culturas nacionales?
El tercer argumento afirmaría que los conocimientos de este ámbito importan poco cuando la educación se orienta a asegurar el progreso de una sociedad, un progreso básicamente medido por su crecimiento económico. Sin embargo, ¿no cuentan en dicho progreso otras dimensiones sociales y políticas? Suelen afirmarlo ya incluso destacados expertos en economía.

Frente a argumentos tan débiles, el cuestionario de la evaluación resulta insuficiente para estimar la calidad global de un sistema educativo. Sin menospreciar la importancia de los parámetros utilizados por PISA en su evaluación de la calidad escolar, entiendo que tal calidad debería expresarse sobre todo en su capacidad para preparar a los jóvenes de hoy para cuando asuman responsabilidades futuras. Y entre ellas destaca el ejercicio de la ciudadanía, con todos los derechos y las obligaciones que comporta. Porque de este ejercicio dependerá en gran medida la calidad del sistema político que criticamos ahora con tanta severidad.

Que PISA no valore conocimientos en humanidades y ciencias sociales indispensables para ejercer el difícil oficio de la ciudadanía se debe quizá a que sus promotores han sido contaminados por una visión política que no aprecia en demasía la intervención de los ciudadanos en la decisión sobre los asuntos públicos. Una visión que les reduce a la condición de clientes-usuarios, más consumidores de servicios que no titulares de derechos.

Para este modelo, basta quizá la excelencia en matemáticas, geología o química para otorgar a un sistema escolar el lugar de honor en el pódium de la comparación. Pero nunca servirá para reforzar una sociedad democrática donde sus miembros establecen conjuntamente prioridades necesarias para la administración de los recursos comunes y para la reducción de desigualdades y discriminaciones.
Para conseguirlo, se requieren actitudes personales que se acumulan a lo largo de procesos socializadores en los cuales el sistema escolar —junto con otros actores— debería jugar un papel singular. Y le toca hacerlo familiarizando a los jóvenes con experiencias personales o colectivas que la historia, la literatura o la filosofía exponen y juzgan. Son experiencias que nos hacen tomar conciencia de las capacidades y de los límites de los humanos. Para lo mejor y para lo peor. En aventuras colectivas de libertad y solidaridad y en episodios de opresión y destrucción.

Un último apunte sobre lo que mide PISA-OCDE como discutible calidad educativa. Lo encontramos en un nuevo y reciente Informe sobre problem-solving (2014), considerado como un avance en su técnica evaluadora y que ha dejado —otra vez— en mal lugar a nuestros escolares. Cuatro problemas prácticos se han sometido a los evaluados. Llama la atención que tres de las cuatro pruebas planteadas se ocupan de la relación del joven con una máquina. Más en concreto, con un expendedor automático de billetes, un MP3, una aspiradora-robot y un aparato de refrigeración. Ningún ejemplo, en cambio, sobre problemas de relación con sus compañeros o conciudadanos: cómo gestionar un problema de organización en un grupo deportivo; cómo manejar un episodio de acoso escolar; cómo contribuir a una causa social, etcétera. Más complejos ciertamente que la relación con el MP3, pero no menos infrecuentes ni menos importantes en la vida cotidiana de los adolescentes y en su desarrollo vital. ¿No sería imprescindible averiguar si el sistema escolar les ayuda a afrontarlos de manera adecuada?

Atención, pues, a la doctrina que inspira los trabajos de PISA-OCDE y que también orienta reformas educativas contenidas en la denostada LOMCE y en otras iniciativas semejantes. Coinciden en reducir o eliminar las materias más favorables al fomento de conocimientos y actitudes personales necesarias para un desarrollo de relaciones sociales más justas y más libres. Si no se corrige este planteamiento de origen, será sospechoso el valor de aquellas evaluaciones y reformas. Y aumentará el déficit democrático de nuestra sociedad pese al clamor en pro de su regeneración política que suena tan a menudo.


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