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El debate sobre los bordes y la sustancia de lo público ha avanzado con posturas que no convergen. Sigue habiendo quienes defienden la idea de lo estatal como lo auténticamente público; siguen también aquellos que postulan que lo público no es ni estatal ni privado, sino un espacio cuya esencia es la pluralidad y el diálogo racional en perspectiva común u orientado al bien común. Daniel Mansuy aporta su reflexión defendiendo esta última posición en una columna en La Tercera, titulada "Lo público y lo privado". Transcribo:
"UNO DE los diagnósticos relativamente compartidos es que Chile vive
una severa crisis de lo público. Dicho de otro modo, tenemos
dificultades para percibir nuestros problemas desde una perspectiva
común, pues el ámbito del interés privado -legítimo en sí- se vuelve por
momentos hegemónico. Se trata de un problema real, que tiene múltiples
implicancias, y que guarda directa relación con la baja credibilidad de
la política.
Sin embargo, es indispensable evitar dos reduccionismos. El primero
consiste en negar la existencia del ámbito público (es la ilusión
individualista). El segundo consiste en identificar lo público con lo
estatal (es la ilusión estatista). Ambas respuestas son insuficientes,
porque olvidan que lo público tiene una naturaleza específica que no se
confunde ni con lo privado ni con lo estatal. Es cierto que la esfera
pública nace en Grecia en oposición a lo privado, pero lo hace siglos
antes de la fundación del Estado. Es evidente que en el mundo moderno,
la preservación de esa esfera necesita del Estado -nadie quiere ni
puede prescindir de él-, pero no son lo mismo.
Hannah Arendt caracterizaba lo público como la presencia simultánea
de innumerables perspectivas que constituyen el mundo común. ¿Qué
significa eso? Que lo público surge cuando somos capaces de superar
nuestra individualidad asumiendo una perspectiva política. Lo público es
la elevación desde nuestra particularidad hacia lo común y es condición
indispensable del despliegue de lo propiamente humano (ese es el
descubrimiento griego). Pero esta dimensión no surge de la nada, pues
requiere una pluralidad de lugares desde donde los ciudadanos hablen y
se miren mutuamente. Si la perspectiva fuera única en lugar de ser
diversa, entonces no habría esfera pública, sino un Estado tutelar
uniforme y uniformizador. Los adoradores del Estado olvidan que lo
público tiene más que ver con un caleidoscopio que con la burocracia,
más con lo múltiple que con lo uno.
No se trata de negar la importancia de la esfera estatal en la
configuración de lo público. Es evidente, por ejemplo, que necesitamos
universidades estatales de la mejor calidad posible, pero ese esfuerzo
no puede ser hecho en detrimento de las instituciones no estatales,
porque ellas contribuyen desde su singularidad al dominio compartido. Al
fin y al cabo, identificar lo público con lo estatal conlleva un
notable empobrecimiento de la esfera común, porque supone que sólo hay
un lugar legítimo desde el que se puede construir lo político, sin
advertir que lo público sólo puede surgir a partir de la pluralidad de
lo humano.
Si no comprendemos la naturaleza de lo público, no podremos resolver
su crisis. La política, dice Aristóteles, tiene un papel arquitectónico:
debe determinar el lugar de cada parte al interior del todo, pero debe
procurar que esas partes tengan una identidad definida, porque son
indispensables a la constitución del todo. Dicho en simple: sin sociedad
civil robusta, no hay espacio público. Por ello, si en educación
queremos preservar espacios comunes, debemos compatibilizar la provisión
mixta junto con mejorar la calidad de lo estatal. Cualquier otra
solución, más allá de las consignas, sólo empobrecerá más nuestra polis."
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