En estos días se ha publicado el informe anual de la OECD sobre el estado de la educación en sus países miembros. Chile, recientemente incorporado, ha sido incluido en la publicación, revelando la distancia que separa al país de la mayoría de los demás integrantes de esta organización.
El panorama es revelador: el sistema escolar en Chile tiene desafíos mayores si su pretensión es acercarse a los estándares de la OECD. La editorial de La Tercera pone en acento en algunos tópicos, matizando el juicio y la preocupación. Así, señala que la tasa de graduación que alcanzan los escolares chilenos es notablemente baja respecto de sus pares OECD, ubicándose en el antepenúltimo lugar de los 25 países analizados. Pese a esta posición, la comparación beneficia a Chile cuando se hace con otros países latinoamericanos.
El punto crítico es el gasto educativo chileno y sobre todo su distribución. En educación primaria y secundaria, Chile gasta poco más de dos mil dólares anuales por alumno, mientras que el gasto promedio de la OCED es de US$ 7.572. Si estas cifras se estiman por alumno y corregidas por poder de compra (PPP), considerado en relación al PIB, el gasto en educación primaria en Chile es de 16 dólares, mientras que el promedio de la OECD llega a 20 dólares; en secundaria, a su vez, Chile sigue gastando 16 dólares por alumno, mientras que el promedio OECD aumenta a 24 dólares. Finlandia, el país más citado como ejemplo de un sistema educativa de calidad, invierte 18 y 22 dólares, respectivamente.
Respecto de la distribución, en contraste con la mayoría de los países OECD, el 40% del gasto chileno es aporte de las familias. Aunque algunos prefieren la lectura positiva de este dato (esto es, que ello revela "un saludable compromiso familiar con la educación de sus hijos", dice La Tercera, como si quienes no pueden pagar mostraran menos compromiso), lo cierto es que la cifra no hace más que confirmar que las oportunidades de acceder a una educación de calidad en Chile están condicionadas en buena medida por la capacidad de pago de las familias. Aquí está ni más ni menos que el corazón de la desigualdad de la educación chilena.
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