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Otras discusiones han reemplazado el intercambio de opiniones sobre el SIMCE y su rol en el sistema escolar. Una perspectiva más bien lingüística de dos investigadores del CIAE (María José Opazo y Felipe Acuña) repone el debate sugiriendo que las formas metafóricas de referirse al SIMCE revelan finalmente una defensa de intereses y de una cierta estructuración de la realidad educacional que al menos tambalearía de ser reformado el SIMCE y, más ampliamente, el concepto y la evaluación de la calidad del sistema escolar chileno. En esta argumentación, el SIMCE es un icono o una suerte de reificación que revela y hasta gobierna de facto el modelo de cuasimercado, de forma que sin él el modelo queda radicalmente debilitado.
No cabe duda que la formas de referirse al SIMCE denotan significados estructurales. Sin embargo, llevar al extremo el argumento es excesivo y empiricamente incorrecto porque el modelo de cuasimercado gozó de buena salud desde antes del SIMCE tal como es conocido hoy. Vale la pena reiterar que el SIMCE surge en 1988 y se mantiene en un segundo plano hasta 1995, fecha en la que gradualmente comienza a revelarse como un regulador de la acción de los establecimientos y los docentes. Este efecto se agudiza luego en 2003 y llega al paroxismo con los "semáforos" del ex Ministro Lavín.
El cuasimercado educativo (la estructuración de sistema escolar basada en el emprendimiento privado, reglas de mercado, rol subsidiario y acción focalizada del Estado) se gestó a fines de la década de 1970 y cuajó en la década de 1980. El SIMCE fue un factor secundario por al menos 15 años y si se trata de buscar elementos estructurales que finalmente cristalizaron en la forma actual, habria que ver más bien como responsables al financiamiento compartido y el retiro del Estado de la educación pública. Ambos mensajes fueron determinantes en la introducción de una narrativa individualista y mercantil del sistema escolar. El SIMCE ha sido un catalizador de esta narrativa solo desde que se hicieron públicos sus resultados por establecimiento y a este dato se le asignó un rol clave en la provisión de información para la toma de decisiones educativas de las familias, o sea, para decisiones individuales. Antes, reitero, el SIMCE proveyó información construida para las decisiones de política educativa, o sea, para decisiones colectivas o en representación de un colectivo.
La columna a la que me refiero es de María José Opazo y Felipe Acuña, ambos del CIAE. Se titula "¿Qué destacan y qué ocultan las metáforas en torno del SIMCE? y fue publicada en "El Mostrador":
Respecto al debate que se ha instalado
en el campo educacional sobre el SIMCE, resulta interesante analizar las
metáforas que utilizan quienes han salido en su defensa. Esto, pues las
metáforas, tal como postulan Lakoff y Johnson en su libro de 1980, Las metáforas de la vida cotidiana,
juegan un importante papel en orientar nuestras formas de pensar y
actuar cotidianamente. Estos autores indican que existen tres tipos de
metáforas: las de orientación, las ontológicas y las estructurales.
Estas últimas son las que proporcionan la fuente más rica de
elaboración, pues además de permitir orientar conceptos y compararlos
con objetos físicos, como las dos primeras, nos permiten utilizar un
concepto que ya está muy estructurado y claramente delineado para
estructurar otro.
Es precisamente este tipo de metáforas,
las estructurales, las que han sido utilizadas para defender el SIMCE
por la ministra de educación, Carolina Schmidt; el secretario
ejecutivo de la Agencia de la Calidad de la Educación, Sebastián
Izquierdo; el asesor técnico de la Coordinadora de Currículum del
Mineduc, Daniel Rodríguez; y la ex ministra de educación, Mariana
Aylwin. Es interesante analizar sus metáforas para ver cómo piensan el
SIMCE y cómo quieren que nosotros lo pensemos.
La ministra señala:
“No tener SIMCE es quedarse a ciegas, es como eliminar al mensajero si
no nos gusta su mensaje”. Para ella, el SIMCE se vincula con la vista,
la capacidad de ver de un ser humano. El SIMCE son los ojos; sin él,
estamos ciegos, no podemos ver. Si el SIMCE son nuestros ojos, esto
supone que eliminarlo es un error garrafal. Pero la ministra además
agrega que se critica el SIMCE en tanto mensajero que trae un mal
mensaje, y que por eso se le quiere eliminar. Para ella, el SIMCE, en sí
mismo, es inocente, su tarea es, simplemente, llevar un mensaje de un
lado a otro, sin ser culpable de lo que diga ese mensaje.
El secretario ejecutivo de la Agencia de Calidad agrega:
“Eliminar el SIMCE es un error garrafal, es romper el termómetro, y
creemos que el SIMCE es una herramienta muy potente, y si son
correctamente utilizadas [sic] producen mejoras en la educación”. Aquí
el SIMCE es un instrumento de medición de un cuerpo, para medir su
temperatura y poder decir si ese cuerpo tiene la temperatura alta o
baja. Desde esta perspectiva, ¿quién, en su sano juicio, iniciaría una
campaña contra un termómetro? ¿Un termómetro que, por ejemplo, ayuda a
la madre a saber si su hijo tiene fiebre?
El asesor técnico de la Coordinadora de Currículum del MINEDUC señala:
“Negar esta información (la que provee el SIMCE) a la totalidad de
usuarios del sistema vulnera el derecho a la información y la
transparencia. Si alguien, por ejemplo, estuviera a punto de abordar un
avión durante 12 horas de vuelo, ¿preferiría que estos vehículos fueran
técnicamente revisados censal o muestralmente?”. Aquí, el SIMCE es la
revisión técnica del avión, lo que provee información básica, vital,
para emprender un vuelo. Por eso, sería absurdo plantear el debate sobre
un SIMCE censal o muestral: ¿qué irresponsable revisaría sólo una
muestra de aviones en vez de la totalidad de estos?
Finalmente, la ex ministra señala: “Hoy
contamos con equipos y recursos que hacen de este sistema (el SIMCE) un
patrimonio que no podemos darnos el lujo de desaprovechar”. El SIMCE
aquí aparece como un patrimonio cultural de Chile, es tan importante
como las iglesias de Chiloé, como la zona patrimonial de Valparaíso o
como los moais de Isla de Pascua, es decir, el SIMCE es parte de la
herencia cultural que el país debe proteger y transmitir a las
generaciones presentes y futuras.
Las cinco ricas metáforas estructurales
que los defensores del SIMCE nos entregan tienen algo en común: el SIMCE
como visión, el SIMCE como simple mensajero, el SIMCE como el
termómetro, el SIMCE como la revisión técnica del avión y el SIMCE como
patrimonio cultural, se vinculan con experiencias de nuestra vida
comunes y corrientes, que en sí mismas no encierran nada problemático,
pero que son muy importantes. Así, la forma que ellas y ellos tienen
para pensar el SIMCE, y que quieren que nosotros compartamos, es que el
SIMCE es algo fundamental del diario vivir, sin lo cual podría llegar a
haber problemas. Es la vista, son los mensajes, es el termómetro, es la
revisión técnica, es el patrimonio cultural. ¿Quién puede estar en
contra de estos elementos tan comunes, importantes e imparciales?
El contrapunto que la campaña “Alto al SIMCE”
ha intentado realizar, es el siguiente: ¿Qué pasa si el SIMCE no es la
vista sino que, como se hace con los caballos, es una anteojera que
indica qué se puede mirar y qué no? ¿Cuándo hemos visto que un mensajero
entre a nuestra casa, nos diga “escriba esta carta”, se la lleve, y
vuelva con la misma tiempo después a decirnos “esto es lo que dice su
carta, bien mala por cierto, así que lo vamos a castigar sin excelencia
académica y lo vamos a clasificar ‘en recuperación’”? ¿El SIMCE es
realmente un cartero? ¿Y cuándo hemos visto que una madre tome la
temperatura compulsivamente a sus hijos de 8, 10, 12, 14 y 16 años?
¿Cuándo hemos visto que se les den premios y castigos a los niños y
niñas por tener o no fiebre? Peor aún, ¿cuándo hemos visto que los
“pacientes” a quienes se les toma la temperatura puedan cambiarla a su
antojo cada vez que llega el termómetro a medirla? ¿Para qué se está
utilizando el famoso termómetro? ¿Y qué tal si el SIMCE no es el
termómetro y es el resfriado? ¿Es insensato pensar que el SIMCE, esa
prueba que genera divisiones entre escuelas y al interior de las mismas,
pueda estar ocasionando una enfermedad? ¿Impensable?
¿Y qué pasa con la metáfora de la
revisión técnica? La misma metáfora señala su problema: ¿por qué sólo 12
horas de vuelo? No es casual que esta metáfora incluya esto, porque la
revisión del SIMCE no es sólo una revisión técnica, sino que es una
revisión que dice hacia dónde puede viajar el avión: son 12 horas de
vuelo hacia allá. “¿Oiga, pero si quiero ir para acá? No pues, la
revisión técnica son 12 horas de vuelo hacia allá”. ¿“Y si quiero andar
1, 2, 48 horas? No pues, la revisión no da para eso”. ¿Qué tipos de
viajes permite la revisión del SIMCE? Si la educación es un avión,
¿hasta dónde podemos llegar con el SIMCE, cuánto nos permite y cuánto
nos limita viajar? ¿Y cuál es la relevancia cultural, para el pueblo
chileno, que el SIMCE ha generado para ser declarado patrimonio? ¿Y no
será la educación pública de Chile el verdadero patrimonio que el mismo
SIMCE año a año se dedica a derrumbar? ¿Es impensable que el SIMCE esté
afectando al principal patrimonio de la educación chilena?
Toda metáfora destaca y oculta algo. Lo
que ocultan es lo que la campaña “Alto al SIMCE” quiere mostrar: este
instrumento de medición hace tiempo que dejó de ser un mero instrumento y
se ha convertido en una poderosa concepción de la educación, que
orienta las formas de pensar, sentir y hacer en el campo educacional.
Frente a esta crítica que recién se está organizando, los defensores del
SIMCE nos proponen sus metáforas imparciales y esencialistas: si poder
ver, recibir mensajes, conocer la temperatura, hacer la revisión técnica
y conservar el patrimonio cultural son elementos neutros y esenciales
de la vida, ¿por qué criticarlos? La contrapregunta que se puede hacer
es: ¿realmente consideran que el SIMCE es tan esencial que les es
imposible pensar un sistema educacional sin SIMCE? ¿Si se elimina el
SIMCE realmente caemos en un caos, en la ceguera, la desinformación, la
fiebre, los accidentes de aviones y la pérdida de nuestra identidad
cultural? Eso quieren hacernos creer: que sin SIMCE no hay educación…
¿no será que sin SIMCE se derrumba la educación de mercado o al menos se
dificulta el negocio? Puede ser, ¿o no?
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