Pero las cosas empiezan a cambiar. "Durante mucho tiempo, en Finlandia la gente pensaba muy parecido y hacía las mismas cosas. Y eso ya no es así", dice el director del centro CIMO para la promoción de la movilidad internacional, Pasi Sahlberg. Así, la globalización, el aumento de la inmigración y la crisis económica (aunque en Finlandia no es profunda) van a poner a prueba la educación más admirada, la que ha demostrado que es posible ser excelente y a la vez equitativo.
Los problemas empiezan a emerger en algunas ciudades, sobre todo, en el área metropolitana de Helsinki, donde reside alrededor del 25% de la población del país. Los padres de algunos barrios donde se está concentrando la inmigración intentan sacar a sus hijos de escuelas que pueden llegar a tener más de un 40% o un 50% de extranjeros. La mayor parte de los inmigrantes procede de Rusia y Estonia y, en menor medida, de Somalia y China.
Es un problema incipiente, pequeño en téminos generales (el alumnado inmigrante es aproximadamente el 4,3%; en 2005 era el 3%), pero a los profesionales les preocupa "que los padres empiecen a elegir escuela basándose en sus prejuicios; si se abre esa puerta, no hay vuelta atrás", dice el decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Helsinki, Patrik Scheinin. Esto es, no importa que sea verdad o mentira que el alumnado inmigrante (que se suele concentrar en las zonas más pobres) condicione las notas de los demás; basta con que la percepción sea esa para que se desestabilice el sistema.
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El modelo finlandés es comprehensivo, es decir, todos los alumnos están juntos en los mismos colegios hasta los 16 años, y busca, a través de apoyos constantes, que ninguno se quede atrás. Pero el país no ha sido ajeno a la eterna tensión entre ese sistema y el que defiende que la separación entre buenos y malos estudiantes es lo mejor tanto para unos como para otros. Scheinin cuenta que, justo antes de que saliera el resultado del primer informe PISA a finales de 2001, el país vivió un gran debate sobre la necesidad de una profunda reforma y había una gran tendencia que sostenía que el excesivo igualitarismo estaba "rebajando el nivel". Sin embargo, llegó PISA y mostró que sus alumnos de 15 años tenían más habilidades en lengua, matemáticas y ciencias que en ningún otro país de la OCDE, y que apenas tenían malos estudiantes. Ahora, después de cuatro informes PISA, casi nadie cuestiona el sistema, pero el debate sigue latente.
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